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16 marzo 2017

TRIBUNA

Renfe necesita con urgencia ponerse al día
 

Poco o nada se le puede achacar a una empresa si ésta muestra deficiencias en el servicio como consecuencia de una huelga de sus empleados, cuya culpa en este caso es atribuible a los huelguistas por ejercer un derecho que les asiste, esté o no justificada la protesta. En Renfe ha habido huelga estos pasados días y pocos pasajeros se han quejado, con o sin razón.

 

El problema capital de Renfe no es el de la huelga de uno de sus colectivos, que también, sino uno más profundo, el funcionarial, enquistado en una empresa pública donde los vicios adquiridos a lo largo de los años les  impide ver la realidad que vive el mundo moderno y libre y que no se halla a la altura de los cambios llevados a cabo en las empresas privadas.

 

Una cosa tan sencilla como que el wifi gratis sólo funcione en determinados trayectos del AVE—Sevilla, por ejemplo—demuestra la escasa eficacia de unos gestores que, probablemente sin querer, generan un agravio comparativo tremendo con los pasajeros de Málaga, como si los usuarios de María Zambrano fueran de inferior categoría a los de Santa Justa.

 

El AVE es un gran invento, un medio de transporte que ha costado un dineral pero que sin duda ha servido para potenciar la marca España,  de ahí que otros países más poderosos económicamente requieran de su experiencia , pero el avance y la modernidad del tren de alta velocidad no corre en paralelo con la mentalidad operativa de sus dirigentes.

 

Unos directivos que, alimentados por papa Estado, siguen haciendo de su capa un sayo, importándole una higa las consecuencias de la huelga y utilizando los vagones como si fuera su casa, tal cual demostraron dos de ellos el pasado día 6 de marzo durante el trayecto Málaga- Córdoba, molestando a los pasajeros con sus móviles y hablando a grito pelado.

 

Pese a las promesas, el Gobierno de Rajoy no ha sido capaz de llevar a cabo las privatización anunciada en Renfe—tampoco en Paradores y a medias en Aena—continuando así con los excesos de altos cargos y con algunos ejecutivos que ocupan puestos de trabajo por el mero hecho de estar ligados a los partidos políticos de turno, y ahí se la den a Bruselas.

 

(De la calidad de la comida en la primera clase del AVE, mejor ni hablar: no vale la pena  pagar varias decenas de euros de más por un sándwich low cost, además de que la diferencia con la clase turista, en servicio y asiento, apenas si es perceptible).

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