No está dentro del vestuario ordinario pero, por si acaso, desde hace días, a la entrada de los talleres de Renfe se invita a los trabajadores a ponerse el casco. No es una obligación, reseñan desde la empresa, que al mismo tiempo ha instalado una red en una parte del techo. Pero si se mira a la cubierta o se atiende a los cascotes que esta misma semana quedaron diseminados por el suelo, las dos medidas de seguridad se antojan imprescindibles para no encontrarse con un incidente importante, como alertan los más de medio centenar de operarios que laboran en las instalaciones del barrio de La Sal. Pero será peor, avisan, cuando vengan las lluvias, si antes no llega la intervención de reforma que la empresa anunció en enero, después de años de reivindicaciones por el abandono del centro, y que cuya adjudicación quedó desierta en junio por la ausencia de empresas interesadas en ejecutar todas las intervenciones que se apuntaban con tan sólo 200.00 euros de presupuesto.

Se volverán a licitar en las próximas fechas, según comprometen desde Renfe, que ha redefinido los pliegos de concesión para quitar parte de las especificaciones técnicas que se requerían y mantener el mismo presupuesto tope. Una tramitación que se alargará, por lo que como medida paliativa anuncian que mañana mismo se presentará la empresa encargada del mantenimiento de las infraestructuras del ente estatal para hacer una pequeña intervención.

Para no tentar a la suerte, los trabajadores cruzan la puerta cada mañana para cumplir con su labor de arreglo de las locomotoras y unidades de Renfe con el casco y la red como auxilio, No llegan los arreglos, ni se dan noticias sobre el polígono ferroviario de Torneros que se vendió como fórmula para asentar los talleres como centro de referencia del noroeste, mientras en Valladolid se adelantan con el estreno de unas instalaciones que amenazan con rebajar su carga de trabajo.