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2 abril 2018

VILAGARCÍA DE AROUSA

El joven que ayuda al tren a cruzar el desierto

Lleva dos años y medio en Arabia, en el equipo de pruebas de la alta velocidad entre Medina y La Meca

. CEDIDA

 

 
r. estévez s. gonzález
vilagarcía / la voz 28/03/2018 05:00 h
 

Dicen los expertos que el proyecto Haramain, la construcción y puesta en marcha de una línea de alta velocidad entre La Meca y Medina, es el mayor reto tecnológico de la historia del ferrocarril. Y es que no solo se trata de construir unas infraestructuras que permitan circular a más de trescientos kilómetros por hora, sino que estas discurren por uno de los entornos más extremos y hostiles del planeta: el desierto. En medio del polvo y el calor vive, desde hace dos años y medio, Daniel Chantada, un vilagarciano que forma parte del equipo encargado del tráfico ferroviario. «Es un equipo formado por españoles, pero también tiene integrantes locales», nos cuenta. El trabajo no es sencillo: «De nosotros depende toda la coordinación entre la gente que trabaja en la vía y los trenes que desarrollan pruebas de velocidad. Tienes que tener todo muy claro antes de tomar la decisión final. Tienes momentos de agobio, en los que no puedes perder los nervios».

 
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A Daniel le gustan los trenes. Podríamos decir que siempre le gustaron los trenes, pero estaríamos exagerando. Tras completar los primeros ciclos de su formación, y tras haber realizado prácticas en empresas tan punteras como Tuneureka, el joven decidió volver a las aulas y se matriculó en el Politécnico de Santiago. «Creo que fue ahí cuando empezó mi afición por los trenes; todos los días tren va, tren viene... O le cogía cariño o lo aborrecía. Y me pasó lo primero», explica nuestro protagonista desde el lejano desierto. Así que le entró «mucha curiosidad por saber más sobre este tipo de transporte». «Cuando acabé mis estudios en Santiago, tuve la oportunidad de irme a la base de mantenimiento que Renfe tiene en Redondela. Allí me sentí acogido por ferroviarios, muchos de ellos procedentes del antiguo colegio de Bamio... Me ayudaron muchísimo».

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El camino ya estaba trazado. Y aunque el destino aún hizo dar algunas vueltas a Daniel, hace unos tres años volvió a recuperar la senda. «Yo estaba trabajando en una empresa y por cosas de la crisis económica, empecé una búsqueda activa de empleo», dice Daniel. «En otras palabras, llevaba varios meses sin cobrar y la situación era insostenible, pagando casa, transporte...». Como no tenía muy claro dónde ir, cuando se levantaba «mientras desayunaba leía prensa, miraba las redes sociales, buscaba por Infojob... Y aquí apareció la oportunidad. Pasé varios procesos selectivos y finalmente me incorporé a mi actual empresa y a su vez proyecto de Haramain», relata.

 

Y en ello lleva «dos años y algo... Aquí se pierde la noción del tiempo. No puedes llevar cuanta de los días, si no lo acabas aborreciendo». Daniel vive en Yeda, en medio de «un verano constante. Aunque la temperatura varía de diez a 54 grados, lo normal son 28 la noche y los 45 al mediodía». Casi nada. En ese lejano rincón del planeta, moverse no resulta sencillo. «Solo puedes hacerlo en taxi o en coche particular», no hay nada más de momento.

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Hay que tener fortaleza para soportar esos rigores. Fortaleza y una gran capacidad de adaptación, que va a hacer falta en todos los ámbitos. Hasta en la cocina. «Estamos en otra cultura, y tienes que tener claro que si quieres cocinar el plato de tu abuela, te van a faltar cosas y hay que improvisar», relata.

 

Aunque se aclimata bien, reconoce Daniel que el idioma, a veces, es un problema. El inglés suele bastar, pero «cuando recorres pueblos pequeños, es complicado su uso, ya que muchos locales solo hablan árabe o derivados. ¿El truco? Papel, bolígrafo y el móvil con Internet... El problema es cuando falla algo», sentencia. Aún así, por fortuna se ha encontrado en su camino con muchos «expatriados» como él. «Creo que mi buena integración se debió a la estancia en un campamento donde había mucha gente de Galicia», relata.

De todas formas, vuelve a Vilagarcía cada tres meses para tomar aire, ver a la familia y dedicar algo de tiempo a echar un cabo en Protección Civil, cuerpo del que es voluntario. «Empecé por curiosidad y por necesidad: las cosas que aprenden en un servicio como este te ayudan en tu día a día. Por eso cuando estoy de vacaciones hago una visita y, ya de paso, ayudo en lo que haga falta». Pero no se equivoquen: cuando recala en Galicia, Daniel también aprovecha para disfrutar de la fiesta, de la calle, de los amigos. «Es lo que más echo de menos».

 
 
 

 

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