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13 mayo 2015

India desde el tren

El destino es lo de menos en esta aventura ferroviaria de 18 horas partiendo de Nueva Delhi

 13 MAY 2015 - 00:00 CEST

 

Un andén de la estación de tren de Nueva Delhi. / CORBIS

 

El plan es sencillo: sumergirnos en un viaje alucinante a bordo de un ferrocarril indio. ¿El destino? El destino es lo de menos porque, esta vez, la verdadera aventura es el viaje en sí.

Cuando el sol tiñe de rojo los cielos y los edificios bajos de Nueva Delhi comienzan a sumergirse en la penumbra, la estación de trenes Delhi Main se encuentra atestada de gente. Nada más poner un pie en el vestíbulo de entrada te embarga un aroma a picante, sudor, metal y ceniza. En medio de esta enorme sala te topas con muchos viajeros durmiendo sobre el duro suelo, junto a equipajes tan grandes como un coche utilitario. Aparentan llevar varias semanas en el mismo metro cuadrado.

El tren espera en el andén, a la luz de amarillenta de unos desvencijados fluorescentes. Una vez dentro, hay algo de atasco en el pasillo del vagón porque los viajeros tardan un mundo en colocar sus pertenencias y aposentarse. Los viajes pueden durar varios días y por eso algunos de ellos se dedican a ornamentar su rincón con objetos decorativos, amuletos, fotografías, etcétera.

Al llegar por fin a tus asientos en clase Sleeper, también conocida como cuarta categoría, descubres las grandes comodidades que pone a disposición del viajero: ventanas sin cristales, maderas forradas con piel sintética a modo de colchón y algún que otro ratón. Solo quedan 18 horas por delante.

A lo largo de todo el trayecto, en cada una de las incontables estaciones en las que se detiene el convoy, un vendedor ambulante pasa ofreciendo samosas y chai. Un consejo: si te decides por alguna de las sabrosas empanadillas, no olvides rechazar el picante o no podrás degustar el manjar; la lengua dormida no distingue bien los sabores.

Literas en el vagón de la clase 'sleeper'. / D. CELMA

La noche avanza y, en un momento determinado, optas por subir a la litera de la parte superior que cuelga de unas oxidadas cadenas que transmiten muy poca confianza. Abrazado a tu mochila tratas de conciliar el sueño. Es difícil cuando el tren se detiene cada 40 minutos y los viajeros se apean haciendo el máximo ruido posible. En ese momento recuerdas otro de los consejos imprescindibles para esta odisea ferroviaria: tapones para dormir.

Con las primeras luces del alba, los vendedores vuelven a cobrar protagonismo a base de té de canela y dulces de coco. El desayuno indica la proximidad de nuestro destino y el fin de la aventura. A pesar de que a los viajeros ya no se les permita viajar sobre el techo, los trenes indios continúan siendo toda una experiencia.

Antes de subir a bordo...

La red ferroviaria india es, en la actualidad, una de las infraestructuras que mejor funcionan a nivel estatal. Los trenes suelen ser bastante puntuales y muchísimos usuarios emplean este medio de transporte, que tiene un precio asequible y es mucho menos peligroso que las alocadas carreteras del país asiático.

Los trenes van llenos, así que la masificación obliga a tener que reservar los billetes con una antelación considerable. No obstantes, algunos vagones tienen sitios destinados exclusivamente a turistas y, gracias a ello, las agencias de viaje pueden encontrar plazas disponibles hasta pocos días antes de la partida del tren. Eso sí, resulta recomendable importante subir con tiempo al tren para encontrar nuestras plazas reservadas.

Probablemente, el vagón de un tres es el lugar más inseguro de India en cuanto a hurtos, así que hay que llevar todos los objetos bien controlados, no abandonar nunca nuestras pertenencias más valiosas y no dejar dispositivos electrónicos a la vista.

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