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26 octubre 2014

La estación de los gigantes

Los jardines de Aranjuez, una escapada en tren de cercanías para disfrutar de la inspiración otoñal en Madrid

22 OCT 2014 - 16:18 CEST

 

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Estanque del Jardín del Príncipe, en Aranjuez, con el pabellón chinesco (a la izquierda). / Markus Bassler

A Felipe II le llevaban los demonios porque, cada vez que se ausentaba de Aranjuez, sus jardineros plantaban melones y ortalezas y él quería parques como los que había visto en Flandes, llenos de árboles bellos e inútiles. Al final ganó Aranjuez, que se quedó con lo mejor de ambos mundos. Por un lado, la huerta popular, que en primavera se pone a tope de espárragos y fresones. Y por otro, los jardines regios, poblados por gigantes de hoja caduca, muchos de ellos de más de 200 años, que en otoño resplandecen de majestuosidad y colorido. Paradójicamente, los reyes siempre venían en primavera. Quizá el otoño, tan simbólico, les recordaba que nada dura eternamente.

 

Para que los monarcas fuesen a gusto al real sitio se hizo, en parte, el tren Madrid-Aranjuez, uno de los primeros de España (1851). Tenía cuatro clases, llegaba hasta la puerta del palacio y sus últimas vías, según una leyenda difícil de creer, eran de plata. Hoy el Cercanías nos deja a 800 metros del palacio, que tampoco es mucho, y ese paseo de 10 minutos se hace siguiendo (ya que vías no hay, y menos de plata) el oro otoñal de los plátanos del camino de la estación. Además de plátanos, hay un olmo enorme, de seis metros de talle, que ha sobrevivido a la grafiosis, la peste negra de su especie.

Rodeando el palacio se accede al jardín del Parterre, de estilo francés, que se comunica a través de dos puentes con el de la Isla, de inspiración italoflamenca. Ambos albergan árboles monumentales (magnolios, madroños, palmeras de Chile…), pero son parquecitos al lado del jardín del Príncipe, que es el siguiente que se ve paseando Tajo arriba y uno de los mayores de Europa, con siete kilómetros de perímetro. Fue Carlos IV, siendo aún príncipe, quien ordenó formar en 1772 este magno jardín, y Pablo Boutelou quien plantó sus árboles hoy dos veces centenarios: inmensos plátanos, tilos, castaños de Indias, liquidámbares, ahuehuetes, pacanas, caquis de Virginia…

Guía

Información

» Desde Madrid hay más de 50 Cercanías al día con destino a Aranjuez. El viaje desde Atocha dura 44 minutos, 38 si es en un tren Civis. Existe una oferta de Renfe (www.renfe.com) que, además del tren, comprende la visita a los principales monumentos de Aranjuez (12 euros), y otra que incluye un recorrido guiado en bicicleta por el real sitio (15 euros).

» Turismo de Aranjuez (918 91 04 27; www.turismoenaranjuez.com).

 

Hay que ser muy mal fotógrafo, un auténtico manta, para no sacar bonito en otoño el Pabellón Chinesco. A la orilla del estanque hay un ahuehuete de 46 metros de altura y 235 años. Pueden parecer muchos, pero son dos telediarios comparados con los 2.000 años que ha vivido un famoso congénere suyo en Santa María de Tule (Oaxaca, México). También se ve en esta zona del jardín algún viejo ciprés y un esbelto caqui de Virginia. Otro lugar del jardín que no hay que perderse es la calle de Francisco de Asís, donde existe una alineación de soberbios liquidámbares cuyo follaje vira en esta época al amarillo y al rojo vivo. Y otro, el bosquete romántico y sombrío que hay junto a la puerta de la Plaza Redonda (a mano izquierda, según se va a salir por ella). Allí se esconden el Plátano Mellizo (dos troncos unidos a una base de 11 metros de circunferencia, que semeja la pata de un diplodoco), el de la Trinidad (de 56 metros de altura) y el Padre, que ha visto pasar ocho reyes de España por Aranjuez: ¡245 años!

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