TRENEANDO

La ‘jubilación’ de Francisco Andrés, alma mater del Museo de Aranda, deja en el aire su futuro

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Paco se ‘jubila’. No tanto porque la edad y el cansancio le obliguen a ello, sino por la necesidad de dedicarle más tiempo a su mujer. Y con su marcha, flota en el ambiente ferroviario cierta preocupación por el futuro del Museo del Ferrocarril de Aranda. Coleccionista empedernido, entusiasta del tren y alma mater del museo, tiene decidido abandonar sus ‘obligaciones’ nada más terminar el año y dejar paso a otros que mantengan viva la llama que prendió hace más de dos décadas en la localidad burgalesa. ¿Quién va a recoger la antorcha?

El museo lo gestiona la Asociación Arandina de Amigos del Tren, pero nadie pone en duda que Paco es quien más tiempo, recursos y entrega dedica a estas instalaciones, situadas en la antigua estación de Chelva de la clausurada línea ferroviaria de Valladolid-Ariza. No es la primera vez que amaga con su marcha, pero en esta ocasión la fecha de caducidad es inamovible. Francisco Andrés Vicente es un hombre de convicciones firmes y tiene claro que, llegado diciembre, deja la dirección del Museo de Aranda, su auténtica pasión en estas últimas décadas. Otra cosa es que abandone el coleccionismo; acreditado y consumado vicio, se hace harto difícil aceptar que no va a dedicar ni un euro de su bolsillo a adquirir una de esas piezas cotizadas con las que él se topa. Pero una promesa es una promesa. Y Paco es hombre de palabra.

Y también de verbo, algo que no le falta. Persona de trato fácil y animado, aunque él se tenga por poco ilustrado, es una auténtica enciclopedia ferroviaria. Recuerda hasta el último detalle de los objetos que ha coleccionado durante toda su vida y que le han ocasionado mil y un disgustos con su mujer, menos comprensiva con la afición en vena de su marido. No se atreve siquiera a imaginar lo mucho que ha invertido en esa colección que alimenta un curioso museo -aunque académicamente no llegue a esa categoría, porque todos los objetos no estén inventariados, catalogados, investigados y contextualizados-, que ha hecho de Aranda parada obligada para todos los aficionados al ferrocarril. Algunas de las piezas expuestas son imposibles de monetizar. Y Paco detalla a todo aquel que quiera escucharle, con vigoroso entusiasmo, qué representa ese objeto, cómo y dónde lo localizó, cuánto pagó y por qué lo ha colocado en ese lugar de la exposición. No le cansa hablar de sus adquisiciones, que recuerdan tiempos pasados del ferrocarril y sueños de su juventud, cuando lo único que deseaba era entrar a trabajar como fogonero. Y su frustración por no conseguirlo.

Porque Paco, aunque de familia farroviaria -su padre y hermanos- nunca ha trabajado en el tren. O fogonero o nada. Así que se quedó sin cumplir ese sueño, que quizá le llevó a otro que seguramente nunca pensó. Comenzó a coleccionar cuantas piezas, objetos, fotografías, documentos y herramientas caían en sus manos y acopió un curioso compendio ferroviario. Horas de tenaz vigilia en obras, mercadillos, almacenes, dependencias ferroviarias, estaciones y lugares inconfesables le han procurado muchos de los objetos que se muestran en Aranda y que para sí quisieran, sin ir más lejos, los administradores de Delicias. Y a fe que su entusiasmo contagia.

El mismo relata, no sin cierto orgullo, cómo una alto directivo de Talgo que contempló la exposición de Aranda quedó tan satisfecho con sus detalladas explicaciones y anécdotas que decidió entregarle la cabeza tractora del AVE 102, original del convoy 03 que se dio de baja en el año 2004 tras un accidente que la dejó deteriorada. Tuvo que abonar 5.250 euros a la empresa de desguace que lo iba a achatarrar. Le falta el rodal, pero el interior, con una pequeña biblioteca y una veintena de uniformes ferrovarios sobre otros tantos maniquíes, está perfecto.

¿Y qué decir de la muestra? Las antiguas dependencias de la estación de Chelva recogen en sus salas el pasado y presente del ferrocarril con gorras, uniformes, faroles, señales, bocinas, herramientas, silbatos, insignias, recipientes, maletas, billetes antiguos, acciones, documentos de viaje, placas de constructores y todo tipo de objetos relacionados con el tren. Y lo hace con sensibilidad y gusto. Por ejemplo, en la ambientación de algunos espacios ferroviarios: departamento de viajeros, cabina de automotor, oficina del jefe de estación, señales de enclavamiento y movimiento de trenes, No falta el guardia civil -con bigote y todo- que junto a su inseparable compañero viajaba en los trenes de los cincuenta para vigilar a los estraperlistas, ni el fogonero con toda su indumentaria, incluida la pala de carbón, herramienta indispensable para llenar la caldera. Una maqueta a escala HO, así como un circuito elevado de escala LGB que recorre toda la sala de exposición llaman la atención, sobre todo, de los visitantes más pequeños, aunque hay adultos que aún no han abandonado el deseo de poder jugar a los trenes.

Frente a la fachada principal del antiguo edificio ferroviario, donde el reloj mantiene fija la hora aunque el tiempo transcurra inexorable, se puede contemplar la locomotora Gmnider (cedida por la azucarera de la localidad burgalesa), un antiguo vagón taller con su maquinaria original, una locomotora 10321 de Renfe y la cabeza tractora del Talgo ‘Pato’ . La zona exterior del museo también dispone de un bici-rail, raíles y distintas señales mecánicas.

Para colmo de males, en agosto ha caducado el contrato de cesión de la estación de Chelva, aunque Adif ha decidido prorrogarlo hasta que finalice el año. Con la política que preside ahora el administrador, es muy probable que el arrendamiento se encarezca y se haga difícil sostener esta actividad. La Asociación Arandina de Amigos del Tren viene negociando desde hace meses con el Ayuntamiento castellano para dar continuidad al museo. No hay constancia aún de que el acuerdo vaya a prosperar, porque los tiempos y las necesidades parecen caminar por otros derroteros. Pase lo que pase, lo cierto es que la marcha de Francisco Andrés será un duro golpe difícil de asimilar y que con su ausencia todos pierden. Los trenes de viajeros abandonaron Chelva en 1984; los de mercancías, en 1994. Pero el tren seguía vivo gracias al entusiasmo de gente como Paco. Pero, en breve, con su retirada, tan solo será un melancólico recuerdo.

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