La línea de alta velocidad (LAV) ferroviaria a Galicia ya estaría finalizada hace un lustro si previamente se hubiera realizado una profunda planificación, hubiera tenido respaldo político en todo momento y, sobre todo, una precisa inversión financiera y de medios para construir la infraestructura más colosal de España. 
El viernes 21 se cumple el cuarto de siglo del primer viaje oficial en alta velocidad entre Madrid y Sevilla, y en Galicia seguimos a la espera. Esta línea, por cierto, tampoco nació de la planificación, ya que inicialmente solo se pretendía acometer el nuevo acceso ferroviario a Andalucía (NAFA, se llamaba) ya previsto en 1926 ante el saturado paso que era la vía única por Despeñaperros, pero en 1988, tras la reticencia anterior de un ministro gallego al cambio de ancho de vía, se transformó acertadamente en una LAV.
De esa misma forma evolucionó la LAV gallega en la primera década de este siglo. Como precedente tenemos el Eje Atlántico –se tardaron 15 años en construir 156 km–, que su documento de impacto ambiental del año 2000 tan solo tenía la previsión de adecuar la vía única en ancho ibérico existente desde Redondela a A Coruña “mediante la mejora de radios de curvatura y reducción de pendientes, que permitan velocidades de 160 kilómetros/hora e incluso mayores”, “No se ha previsto ni la electrificación ni el vallado de dicha línea férrea”, añadía.