Pasearse por el pasillo principal de la estación del Camp de Tarragona sin escuchar ni un alma puede resultar habitual. La infraestructura, que está en funcionamiento desde hace casi una década, ha protagonizado con asiduidad críticas por su ubicación. Anque no todo se resume a dónde se construyó: también su interior merece protagonismo. Dentro del recinto existen ocho locales preparados para alojar comercios. De los 8, tan sólo dos están ocupados y en funcionamiento, propiedad de sendas empresas de alquiler de vehículos. Los otros cinco, tal y como informa Adif en su página web, están libres y disponibles de forma inmediata si existe una empresa que los requiera. Cuatro de ellos tienen un espacio de entre 25 y 30 m2 y el más grande dispone de 62 m2.

El resultado de todo esto es el de una estación prácticamente vacía y desangelada. Además de los locales que están cerrados, tan sólo hay una cafetería que ofrece bebida y comida. Todo lo demás deja una estampa desértica que convierte a la estación en una zona de paso para los que llegan o los que se van. No hay vida social, no se respira el ambiente que sí existe en otras estaciones como Zaragoza Delicias, con las cafeterías repletas de gente tomando un café.