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21 abril 2014

EDITORIAL

Vuelco en transporte

Los pactos logísticos entre el avión y el tren son aceptables, pero no el reparto del mercado

 

La estructura del transporte en España está cambiando a gran velocidad. El cambio más acusado es que el tren de largo recorrido le está ganando claramente la guerra por los pasajeros al avión; y este vuelco obliga a las líneas aéreas a encontrar respuestas a corto plazo. Durante el mes de febrero, por segundo mes consecutivo, el ferrocarril de largo recorrido (incluido el AVE) registró más pasajeros que las rutas aéreas nacionales. La diferencia entre ambos, a favor del tren, es de 110.000 viajeros. El transporte por carretera, el tercero en discordia, necesita una reforma en profundidad con cierta rapidez.

Ante el empuje del tren —favorecido por la asunción de pérdidas por parte del operador en tramos concretos—, los estrategas de las líneas aéreas se proponen calcular los costes y beneficios de políticas de coordinación con el ferrocarril. El presidente de Iberia, Luis Gallego, acepta que el avión y el tren tienen que complementarse y la posibilidad de que ambos medios de transporte vendan billetes conjuntos. Las fórmulas de coordinación son buenas y no deben retrasarse, pero se trata de no caer en acciones colusivas (acuerdos sobre precios) que perjudicarían a los viajeros. El avión y el tren son medios que deben competir por un mercado; no se debe permitir que se lo repartan subrepticiamente.

En el caso del tren, Adif y Renfe tienen la tarea de clarificar los costes incurridos por la alta velocidad y su rentabilidad futura. Con el desafío añadido de mejorar el transporte de mercancías. Pero la debilidad económica más acusada se detecta en el transporte por carretera de mercancías y de viajeros. Aquí el problema más grave y persistente es el minifundio empresarial, una excesiva fragmentación que causa deficiencias en la calidad del servicio e impide a las empresas establecer programas de inversión para mejorar las flotas. La política aconsejable, pero que ni siquiera se favorece desde la Administración, consiste en estimular las fusiones de empresas para reducir la atomización.

La estructura de transporte de un país es vital para sostener su economía; y más si en ese país la orografía es abrupta. Parece lógico rentabilizar el esfuerzo inversor en el AVE, excesivo en términos de racionalidad inversora, y favorecer acuerdos logísticos con las líneas aéreas. Pero no debe olvidarse que el transporte por carretera también tiene una función importante en esa estructura, y debe encauzarse a través de políticas indirectas.

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