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6 abril 2019

Estación de Calasparra: el AVE contra el tren

Pedro Luis Angosto

Aquí lo único que importa es el AVE, y el AVE, que como hemos dicho nos pareció una buena idea al principio y pudo serlo de haber sido racional su desarrollo, es enemigo del tren, está matando al tren

No puedo negar mi amor al tren. Mi infancia, mi adolescencia y mi juventud pasaron oyendo el pitido de los trenes. Vivía en una casa que estaba a las afueras del pueblo, rodeada de bancales de maíz, alfalfa, patatas y albaricoqueros. Después, bajando por un cortado de piedra tosca, dábamos con la estación de ferrocarril, lugar predilecto para juegos e invenciones. Una torre de piedra que sostenía los depósitos de agua, un intercambiador de hierro que servía para dar la vuelta a la máquina, varias naves de sillar exagonal, el edificio neomudéjar de la Estación y la serradora de José Vélez, con su propio muelle de carga y descarga de maderas. No había cosa más maravillosa que bajar a aquel lugar para saber que iba a ser un buen día.

Recuerdo cuando cambiaron la vieja máquina por una especie de ferrobús-chatarra que viajaba más despacio, si es que eso era posible. Un montón de gente se reunió para ver el acontecimiento, banda de música, banderas, autoridades, chiquillos, hasta que llegó el nuevo aparato que era más lento que el anterior. El tren marcaba las horas cuando estabas en la huerta con su pitido, los hermanos Cantó con su viejo y encantador camión -menos encantador que ellos-, por la noche los mercancías cargados de madera. Aquella estación, construida toda en piedra, inaugurada en 1934, parecía de una gran ciudad. Sin embargo, no gustaba a las autoridades nacional-católicas y a finales de los sesenta, para favorecer al pestilente autobús-Alsina que hacía la ruta Caravaca-Murcia y que pertenecía a familias franquistas, decidieron quitarlo, y no sólo eso, desde lo alto de un cerro mis hermanos y yo vimos como dinamitaban los tejados de las naves de piedra, como arrancaban los raíles que tanto había costado poner, como arrasaban con todo para que nunca más hubiese tren en mi pueblo. Aquello fue un saqueo, y el pueblo, salvo unas cuantas personas entre las que estaba mi padre, no dijo ni mu, como tampoco dijo nada cuando talaron los enormes plátanos que jalonaban doblemente la Avenida de los Andenes: Una de las calles más bellas de la provincia fue asesinada con la complicidad del vecindario.

Más tarde, comenzamos a ir a Madrid, a ver a mis tíos. Para eso era preciso desplazarse a Calasparra, pueblo hermano que estaba a veinte kilómetros. Normalmente viajábamos por la noche porque era más barato. Llegábamos a la estación y mi padre preguntaba al Jefe, ¿con cuánto retraso viene hoy? Normalmente no lo sabía, entonces pasábamos a una habitación muy parecida a la que sale en la película Dolor y Gloria, y nos tumbábamos, como Penélope y su hijo, en los bancos de madera hasta que se oía el silbato. Salíamos, y a lo lejos, de madrugada, se veía la luz blanca como la luna llena de la locomotora, más bella, en palabras de Giorgio di Chirico, que la Victoria de Samotracia. Así años y años hasta que me fui a estudiar a Madrid y pude ver con mis propios ojos las enormes cantidades de dinero que se gastaron en modernizar aquella estación y aquellas vías asentadas sobre suelos inestables. De diez horas de viaje en 1976, pasamos a cinco en 1984, en un tren maravilloso que olía a felicidad.

En 1993, al calor de las grandes celebraciones, se inauguró el AVE Madrid-Sevilla. Y fue entonces una apuesta por el Sur y una apuesta por las nuevas tecnologías. Sin embargo, los gestores del AVE, se olvidaron de los pueblos para arañar unos minutos y poblaciones como Villarrobledo, La Roda, Pozo Cañada, Tobarra, La Gineta, Chinchilla, Hellín, Alcázar de San Juan y tantísimas otras de la España interior, de esa que ahora llaman “vaciada” con mucha razón, vieron disminuidas, cuando no desaparecidas sus comunicaciones ferroviarias. También se olvidaron adrede de las cercanías, hasta el punto que hoy el tren que recorre el trayecto de Murcia a Alicante, tarda lo mismo que cuando se inauguró la línea en 1885: Una hora y media para 75 kilómetros.

Ahora le ha tocado a la estación de Calasparra en Murcia, una estación inaugurada en 1865 y que era hasta hace unos días la única existente en la comarca murciana de Segura para una población de más de cien mil personas. Ya no tenemos tren, ni el de Caravaca a Murcia, ni el de Calasparra a Madrid, ahora para viajar en ferrocarril los habitantes de la comarca tendrán que viajar a la capital de la provincia, que está a más de setenta kilómetros, para luego hacer el recorrido inverso en dirección a Madrid pasando por la nueva variante de Camarillas. Los Alcaldes de la Comarca, cuando ya se intuía el desastre, propusieron hace un tiempo que se mantuviese abierta la estación y que se comunicase Calasparra con Cehegín y Caravaca alargando veinte kilómetros las vías. La propuesta no fue recogida por nadie ni tampoco los Alcaldes volvieron sobre ella. Habría sido una solución no demasiado costosa y que habría permitido mantener comunicada a la comarca con la red ferroviaria estatal, pero ni las autoridades se dieron por aludidas, ni los ciudadanos tampoco, en otro caso habrían tomado Ayuntamientos y sedes gubernamentales para impedir el crimen.

Aquí lo único que importa es el AVE, y el AVE, que como hemos dicho nos pareció una buena idea al principio y pudo serlo de haber sido racional su desarrollo, es enemigo del tren, está matando al tren. Es hora ya de decirlo bien alto, acaben las líneas que tengan futuro, no hagan ni una más, dejen de echar millones y millones sobre un medio de comunicación elitista que está dejando incomunicadas a regiones enteras. Inviertan en cercanías, en ferrocarriles de larga distancia modernos y eficaces que sirvan a los ciudadanos de a pie, fomenten el uso del ferrocarril, inviten a los escolares a disfrutarlo, a gozar del placer de viajar en tren, sólo comparable al de hacerlo en barco. Dejen de gastar dinero en autovías que ya no van a ningún sitio, gasten el dinero de todos en comunicar por ferrocarril a los pueblos de España, a las ciudades grandes con las pequeñas, a las desarrolladas con las pobres, inviertan en progreso, en bienestar, en ecología, dejen de convertir en vías verdes construcciones que han costado miles de millones, abran de nuevo la estación de Calasparra y comuniquen sus vías con Cehegín y Caravaca. No se puede abandonar a una comarca que no es rica para favorecer a otras que si lo son. Y recuerden, da lo mismo que un tren tarde dos horas en hacer un trayecto como el de Madrid-Murcia, que dos horas y cuarto, exactamente igual, salvo para los que se benefician de los contratos multimillonarios por obras que no hacen falta.

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