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11 julio 2016

El tren que dio vida a la cuenca del Oja

Cadetes de la Academia Militar de Zaragoza posan desde uno de los vagones de transporte de pasajeros en el antiguo tren del Bobadilla antes de llegar a Ezcaray.Cadetes de la Academia Militar de Zaragoza posan desde uno de los vagones de transporte de pasajeros en el antiguo tren del Bobadilla antes de llegar a Ezcaray. / EL CORREO

  • Ayer se cumplió el primer centenario de la entrada en servicio de la línea ferroviaria de Haro a Ezcaray

     

     

    ROBERTO RIVERA

     

     

    Fecha para enmarcar aquella del 9 de julio de 1916, día en el que adquirió forma la primera de las grandes infraestructuras concebidas para reforzar el eje comercial del corredor del Oja y el Tirón, que siempre ha existido. Fue entonces cuando, por mandato de la Corporación local que presidía Emilio Pisón, la Banda recorrió la ciudad de diana, ofreció concierto en el Quiosco de la Vega y se quemaron en la Plaza de la Paz fuegos de artificio para celebrar la entrada en servicio de la primera locomotora que recorrería los 33,1 kilómetros de vía férrea Haro-Ezcaray desde la Estación del Bobadilla, haciendo parada en los concejos de Casalarreina, Castañares, Bañares, Santo Domingo de la Calzada, Santurde y Santurdejo -que compartían andén- y Ojacastro.

    Paradójico y celebrado acontecimiento que fue reseñado en todos los medios de comunicación del país al considerarlo un encomiable logro y resultaba de la suma de esfuerzos, el de Miguel Villanueva que impulsó decidido el proyecto desde el Congreso y el de todos los ayuntamientos incluidos en la línea secundaria porque ésta se ponía en marcha en plena huelga general de los ferrocarriles del Norte que provocó la declaración estatal del estado de guerra en Madrid, dada la virulencia de las acciones sindicales que acabaron acarreando varios muertos y heridos.

     
     

    La historia de este ‘caballo de hierro’ que sirvió para impulsar el desarrollo de la Rioja Alta y reforzó la función de Haro como centro neurálgico al consumir buena parte de los productos de la zona y servir de plataforma de proyección a los mercados exteriores desde el Barrio de la Estación, a través del cual viajaban hacia el corredor otros productos que llegaban a través de la línea Bilbao-Castejón, apenas duró medio siglo. Entre el pitido con el que la locomotora ‘Villanueva’ respondió a la bendición del obispo de la entonces denominada diócesis de Hippo, tal día como el de ayer, hace ahora un siglo, y el último viaje que acabó haciendo la ‘autovía’, lo más parecido a un tranvía de recorrido rural, mediaron 47 años, seis meses y seis días, calcula José Luis Agustín Tello en su libro ‘Historia del Ferrocarril Haro-Ezcaray’.

    Las deudas que fue acumulando la empresa concesionaria, la progresiva reducción que fue advirtiéndose en la demanda del pasaje y los servicios de transporte que se prestaban a costes desmesurados en su última etapa, y el impulso que acabaría adquiriendo a mitad de siglo la locomoción, menos encorsetada a las rutas ferroviarias y mucho más operativa, irían minando lentamente las expectativas de una gran infraestructura que se vio engullida por el propio desarrollo tecnológico, tal y como hizo el tren con el Canal de Castilla cuando se encontraba a medio hacer décadas antes.

    La evolución fulmina, en el desarrollo narrativo de la historia, el capítulo anterior. Pero de aquella etapa que revolucionó la sociedad de la cuenca y estrechó aún más los lazos de sus habitantes, queda un sabor romántico plagado de recuerdos.

    Es ahí donde se refrescan las imágenes de la antigua estación del Bobadilla, hoy un esbozo fantasmagórico de lo que fue tras ser vendidos por 164.000 pesetas sus 8.200 metros cuadrados de terrenos y construcciones; de la colisión frontal de un ‘autovía’ y un ‘correo’ a veinticinco kilómetros por hora en 1940, sin heridos pero con cese inmediato de los jefes de estación de Ojacastro y Ezcaray; de la alusión en todos los expedientes municipales al ‘tren del Bobadilla’, un mote que recibió por su minúsculo tamaño; de quienes practicaban el estraperlo para poder sobrevivir en años de necesidad y acabaron triplicando sus cuentas con la llegada de este transporte; de cómo las gentes subían y bajaban cargados de hatillos en cada uno de los andenes; o de cuando los cadetes de la Academia Militar de Zaragoza, uno de ellos el que sería rey de España con el nombre de Juan Carlos I, se llegaban a Ezcaray para realizar las prácticas de montaña.

    El tiempo vuela, mucho más rápido que aquel ferrocarril que insufló vida a la Rioja Alta y yace envuelto en una Vía Verde que no ha llegado a completarse, décadas después, ni ha completado el recorrido a Haro. El tiempo sopla en las velas para ganar velocidad. Se exige, pues, no olvidar nada de lo vivido.

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