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5 julio 2016

Historia, ferrocarriles y autoconciencia (1869-2016)

 

CARLOS RILOVA | 04-07-2016 | 10:08

 

Últimamente parece que mi hado de historiador me lleva de reconstrucción histórica en reconstrucción histórica.

Es una tarea sólo relativamente agradable. Estar toda la semana trabajando con la Historia y dedicar el fin de semana a lo mismo puede ser un poco cansado. Más aún si esas actividades históricas de fin de semana -cada vez más populares por lo que voy viendo- requieren no sólo sentarse ante un ordenador, consultar un documento o un libro y escribir, sino actuar, recrear personajes históricos de épocas que, sólo para empezar, tenían una idea muy diferente a la nuestra de lo que era cómodo e incómodo, o de lo que se podía entender como “ropa de verano”.

Sin embargo, haciendo balance de esa participación en actividades como esas, el resultado, en general, creo que puede considerarse positivo. Si no para el descanso del historiador, sí al menos para la sociedad que se va, poco a poco, organizando para dedicar parte de su tiempo de ocio a esas actividades culturales.

Este fin de semana hubo en el circuito de trenes en miniatura de Iraeta y en el Museo del Ferrocarril vasco en Azpeitia acciones de reconstrucción relacionadas con la Historia ferroviaria, organizadas, como el año pasado, por Aritz Irazusta. Concretamente de los de la Era del vapor. Es decir, de los primeros, de los que se fueron desarrollando entre 1820 y 1860.

En el circuito de Iraeta, por ejemplo, se escenificó la mayor de las escenificaciones -valga la redundancia- de esa Era del vapor de los ferrocarriles. Es decir: el encuentro en la localidad norteamericana de Promontory Summit, en lo que entonces era el territorio de Utah, de las vías férreas del Pacífico y del Atlántico que tuvo lugar en 1869. Cuatro años después del fin de la Guerra Civil norteamericana que había separado y desgarrado a esa naciente gran potencia.

Si consultan otras páginas de Internet -la ya inevitable Wikipedia por ejemplo- podrán ver una de las escasas fotografías (por aquel entonces un bien bastante raro y codiciado) donde se refleja ese gran momento.

La imagen está muy bien pensada. Se ve a los obreros, ingenieros y demás asistentes al acto apiñados en torno a las dos locomotoras que se han encontrado en un punto exacto de la vía en el que se unían los ferrocarriles del Este y el Oeste.

La ocasión se celebró con la algarabía necesaria, que no refleja la imagen, y clavando un clavo de oro para señalar el punto donde se había producido esa unión por medio de esos rieles que unificaban, simbólicamente al menos, todo el país de costa a costa.

A pesar de lo primarios que nos puedan parecer esos medios, comparados con la gran maquinaría propagandística que se puede manejar hoy día en Estados Unidos, la ceremonia del “golden spike”, que tuvo lugar el 10 de mayo de 1869 en ese punto de Utah, funcionó a la perfección, se convirtió en un tópico de la cultura popular que ha repercutido hasta la actualidad en diversos medios, trasladando a través del tiempo la imagen de poder industrial, de avance científico exitoso, de progreso, eficacia y unidad que la ceremonia de Promontory Summit quería transmitir.

Por sólo poner un ejemplo del éxito de esa política: miles de niños europeos aprendieron antes ese hecho de la Historia de los ferrocarriles, con acento estadounidense, que la Historia de sus propios ferrocarriles.

Fue sencillo: la saga de aventuras del celebre vaquero Lucky Luke -de quien hablábamos por aquí hace un año en relación al peculiar caso del llamado “emperador Smith”- se encargó de hacérselo saber desde el año 1957 en adelante en sucesivas ediciones donde se escenificaba una aventura más de ese popular personaje de cómic, de la mano del guionista francés Goscinny (por primera vez) y del dibujante belga Morris, que tenía como telón de fondo ese hecho histórico.

Este sábado, como decía, en el circuito de trenes en miniatura de Iraeta, se hizo una nueva reconstrucción de ese encuentro de Promontory Summit.

El domingo se hizo en el parque de Cristina Enea de San Sebastián todavía algo mejor y que era una compensación necesaria sin la que esta clase de reconstrucciones en nuestras latitudes, se convertirían en otra burda imitación de lo que se hace al Norte de los Pirineos o al otro lado del Atlántico.

En efecto, este domingo, en el parque de Cristina Enea, tras la reconstrucción del sábado en Iraeta, se reconstruyó (valga otra vez la redundancia), durante un par de horas, entre las once y la una del mediodía, una porción de la vida de los dueños de esa finca, Cristina Brunetti y Fermín Lasala y Collado, tal y como pudo ser hacia el año 1865.

La pregunta lógica, por supuesto, con personas como éstas que no se apellidaban ni Smithson, ni Vanderbilt, ni Morgan, ni cosa similar, es qué tienen que ver ellos con la Historia de los ferrocarriles y más aún con la unión de las dos líneas en Promontory Summit en 1869.

La respuesta es sencilla: Cristina Brunetti y Fermín Lasala y Collado eran una pareja de millonarios donostiarras (sí, esa ciudad que es este año 2016 la capital cultural de Europa) que, aparte de juntar y aumentar sus respectivas fortunas por medio de un matrimonio -no sé si romántico, pragmático o una mezcla de las dos cosas-, invirtieron dinero el negocio de los ferrocarriles y ayudaron a que se trazase la actual red ferroviaria que une Madrid y París. A Fermín Lasala y Collado ese interés le venía de familia: su padre Fermín Lasala y Urbieta ya había invertido en los primeros ferrocarriles estadounidenses y, de hecho, atrajo a esa inversión a otros guipuzcoanos cuando las primeras líneas férreas del Este de Estados Unidos empezaban a trazarse a mediados de la década de 1830.

La parte de la familia Lasala en ese negocio era equiparable a la de grandes magnates norteamericanos de los que sí ha quedado un recuerdo histórico mucho más nítido: los Astor. Lo pueden comprobar con todo detalle si leen otro artículo mío que anda por ahí, en Internet, en versión bilingüe (castellano-inglés) con el título de “Bandas de los barrios altos de Nueva York”.

Por esa razón creo que este domingo fue importante reconstruir la historia en tres dimensiones de esta, para muchos y en muchos aspectos, desconocida pareja de donostiarras: para no olvidar de dónde habían salido parte de los capitales que permitieron desarrollar el negocio de los ferrocarriles en Estados Unidos, sin los que la ceremonia de Promontory Summit en 1869 es probable que no hubiera tenido lugar.

El comprensible interés de gentes como Fermín Lasala y Collado y su avezada mujer (una sólida sombra a su espalda, como requerían e imponían las relaciones entre sexos de la época) en el negocio de los ferrocarriles, dejaría más huellas. Por ejemplo ese ferrocarril del Norte que unía, sólo para empezar, Madrid y París

Quizás el hecho sea menos conocido -ningún dibujante celebre como el padre del también celebre Lucky Luke, parece haber encontrado razones para dedicarle un episodio- pero no creo que aquel hecho sea menos importante para una Europa que está tratando, pese a todo, de cohesionarse en un único estado desde la debacle de la Segunda Guerra Mundial.

Por esa razón dediqué a gusto parte de mi tiempo libre de este fin de semana, para que todo eso -no sólo la ceremonia de Promontory Summit, sino la vida de Fermín Lasala y Collado y su mujer y sus negocios ferroviarios- fuera mejor conocido por más público al que, al fin y al cabo, ese patrimonio histórico le pertenece y, por lo tanto, debería conservarlo y valorarlo como se conserva y valora todo lo que es importante. Justo como se hace en Francia, en Estados Unidos, en Gran Bretaña…

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