DiariodeLeón.es

18 enero 2016

EL SIGLO DEL CARBÓN

 
 

gafas tiznadas con la épica minera

ANA GAITERO 17/01/2016

Mujeres cargan piedra en cestos sobre un rodete en la cabeza, para rellenar la caja de vía. 1919. - xeitu

Mujeres cargan piedra en cestos sobre un rodete en la cabeza, para rellenar la caja de vía. 1919. - xeitu

 

 

 

El tiempo no se puso amarillo sobre la fotografía como en el verso de Miguel Hernández. La visita oficial se anuncia con pompa para el 25 de julio, pero ni el rey Alfonso XIII ni el ministro del ramo acuden a hacer el viaje inaugural del ferrocarril Ponferrada-Villablino. Ninguna cámara les inmortaliza envueltos por el vapor de la locomotora. Un vapor etéreo, como el desafío de la industria o la esperanza de riqueza que ha sido el sueño del carbón hasta que unos pocos aristócratas venidos a más concibieron el nuevo capitalismo en España y se lanzaron a la aventura de los negocios».

«Las gafas del Belga», título del nuevo libro de Víctor del Reguero y del Club Xeitu, no se empañaron ese día con el vapor del tren carbonero que impresionó a aquellas gentes acostumbradas a arar la tierra y ordeñar vacas. Marcelo Jorissen aún no había llegado a Laciana y Babia cuando la fiebre del carbón atacó a los vecinos, como Telesforo Álvarez Gómez, de Piedrafita, los Manochos de Quintanilla de Babia, Pedro Regalado Álvarez, de Rioscuro, y atrajo a forasteros como Gorgonio Torre, de La Abadía de Gijón, que bautizó las concesiones de Caboalles de Abajo con el nombre de su madre, María, o Dionisio González Miranda, minero oriundo de la cuenca oriental que llegó a probar suerte cuando las siderurgias y las cocinas bilbaínas devoraban las negras piedras. Incluso el maestro de Sierra Pambley tentó a la suerte «en el germen de la actividad minera» la cuenca surcada por el Sil.

Los montes se llenaron de bocaminas, la mayoría de vida efímera y el trajín de carros se convierte en una pesadilla para el vecindario, «que se quejan de la incomodidad del polvo en verano y el lodo en invierno», como indica el libro que a lo largo de 500 páginas desgrana una historia de amor y la pasión por el carbón con el rigor que aportan los numerosos documentos rescatados de archivos públicos y particulares y el entretenimiento que ofrecen las muchas y pintorescas fotografías incluidas.

El siglo del carbón alcanza tintes épicos. Desde las minas de la Vega de la Mora, en Babia, llevaba el carbón en carros de mulas hasta la gran fábrica de briquetas que ha construido en Armunia, a las afueras de la ciudad de León, el empresario Miguel Díez Gutiérrez Canseco, de Busdongo.

Se desvela la urdimbre de la fiebre negra. «Siempre fue así, siempre en los momentos de perturbación han creado las fortunas improvisadas a costa de los dolores de la multitud», dice Francisco Cambó, el ministro que autorizó la concesión ferrocarril en el Teatro del Centro de Madrid en 1920 como recoge el libro.

Empresarios como Bernardo Zapico ven la necesidad de idear un sistema de transporte más eficaz y plantea un tranvía hasta Palacios del Sil y un tendido ferroviario hasta Ponferrada, para enlazar con la línea León-Monforte.

El ingeniero jefe del distrito minero de León, José Revilla, pronostica ya en 1906 «que la explotación a gran escala de la cuenca sólo podrá hacerse a través de una sociedad que unifique la mayoría de las concesiones y pueda emprender una obra de esa dimensión».

El capitalismo vio el negocio claro. Como la MSP no existía aún, hubo que inventarla. Primero se construyó el tren, previa concesión al bilbaíno Pedro Ortiz y Muriel. «Todo está en manos vascas», subraya Víctor del Reguero. Menos las piedras que las mujeres van echando en los cestos para rellenar la caja de la vía. Mujeres y hombres de todas partes llegan a la cuenca para trabajar en la magna obra, 60 kilómetros de vía con sus estaciones, que se hizo básicamente con «la fuerza humana» mientras Julio Lazúrtegui publicaba su obra Una nueva Vizcaya a crear en el Bierzo» y en Ponferrada se vendieron terrenos a perrona para hacer sitio al sueño que hoy es una gran urbanización llamada La Rosaleda, Aldama... Jorissen tampoco estaba cuando esto sucedió, en los albores del siglo XXI.

—¡Qué viene el Belga! Faer lo que queráis, pero ahí viene don Marcelo...

—¡Quita ya! ¡Si se casó ayer en Madrid!

El joven ingeniero de minas, nacido en 1897 en la zona residencial de Bruselas y que llegó a Madrid huyendo de la I Guerra Mundial con su familia, le cogió afición a las minas en las explotaciones de El Centenillo (La Carolina-Jaén) donde su tío Gustavo Braecke acogió a su hermana, la madre de Marcelo, y sus dos vástagos, el chico que ya contaba 17 años y su hermana Margarita.

En 1917 ingresa en la Escuela de Ingenieros de Minas de Madrid y se aloja en la Residencia de Estudiantes donde coincide con García Lorca, Emilio Prados y el cineasta Buñuel, entre los famosos, y conoce a alguien que sería determinante en su destino. «Todos le llaman Pepito. José García Rodríguez —Pepe en el ámbito familiar— nacido en Caboalles de Abajo», como explica Víctor del Reguero, e hijo de Baldomero García, el fundador de la mina La Escondida, la última mina subterránea que queda abierta en el valle un siglo después. Pepe convence a Marcelo Jorissen para que vaya a hacer las prácticas a Villablino. Y en 1922 llega el rubio con gafas que Pilar, la hermana de Pepe, ya había mirado con curiosidad en Madrid. El día de San Roque hablan en la fiesta y a los pocos días deciden compartir «el regalo divino del amor».

Cuando se casan, el Belga ya es ingeniero jefe de la Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP), constituida en Madrid el 31 de octubre de 1918. «Tiene que lidiar frecuentemente con los vecinos cuyos intereses se ven confrontados con la actividad de la minería» y especialmente con Marcelino Rubio, propietario de la fábrica de mantequilla de Villager de Laciana, pero también con humildes propietarias como Casimira Riesco, que se niega a vender su prado: «P’a las patacas que tú vas a semar, me quedo yo con el prao...», es su argumento.

Las gafas del Belga se tiznan de carbón en el tajo, le gusta entrar a la mina, aunque pronto le trasladarán a Ponferrada, como subdirector, y luego a Madrid, como consejero de la sociedad. Fue testigo y en muchos casos tuvo que ver con las grandes obras que surgen del carbón (térmicas, hidráulicas, el embarcadero de carbón de Rande en Vigo...) y aunque aparece retratado junto a Franco no pocas veces en el libro se relata el episodio en el que se niega a dejar entrar a los jesuitas en los centros de trabajo.

El libro pone negro sobre blanco los nombres de los empresarios, de nombres sonoros y también legendarios de la cuenca del Sil y Fabero, como Diego Pérez Campanario, Candelario Gaiztarro, Juan Caunedo... O los hombres que fueron decisivos en la instalación de la térmica de Compostilla, Esteban Terradas, presidente de Endesa y Juan Antonio Suancez, del Instituto Nacional de Industria.

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