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Añoranzas del tranvía de Vigo, un siglo después de su presencia como símbolo de modernidad

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El anónimo autor de la idea nunca llegaría a imaginar que acabaría por extenderse y convertirse casi en artículo de fe. Ya se sabe que hay leyendas que cuajan. aunque no sean verdad, y la creencia popular acabe, sin querer, convirténdolas en la verdad del barquero. En Vigo circula la fábula de que sus calles están sujetas por raíles, Cuando el paso del tiempo, y el peso del tráfico, produce algún socavón, el firme se aguanta gracias a los raíles Vignole y al adoquín que permanecen bajo el asfalto. Exagerado, pero cordial.

Como relataba estos días ‘La Voz de Galicia’ “aquel 9 de agosto de 1914, cuando media Europa apuntaba sus cañones a la otra media, los tranvías vigueses salían de la cochera de As Travesas con destinos a Cabral. Lucían las banderas de España, Argentina, Galicia y Vigo. Como ocurriría cuando se puso en marcha Vitrasa, aquel día el transporte fue gratuito, ahorrándose los vigueses los cinco céntimos que costaría el viaje”.

Con sus tranvías, Vigo se subía al carro de la modernidad y se situaba en el mapa internacional al contar con un servicio que se convertiría en uno de los más emblemáticos del mundo. El nuevo transporte contaba con seis líneas diferentes -de Pereiró a Urzaiz o de Cabral a la Ribeira- que con los años se ampliaron y cambiaron. Entre las más emblemáticas, cabe recordar la línea hasta Baiona y Gondomar o la de Cabral, que como recuerda ‘El Faro de Vigo’ “cada mañana acercaba al centro de la capital pontevedresa a las mujeres del rural cargadas con sus bidones de leche para repartirlos por las calles de la ciudad. También viajaban en él decenas de trabajadores de las localidades limítrofes que desde Porriño o Mos tenían que recorrer, a pie y de madrugada, el empinado camino hacia Cabral donde, por fin, si la suerte y el correcto funcionamiento de la electricidad lo permitían, poder tomar el ´coche eléctrico´ a su lugar de trabajo. Precisamente dentro de un proyecto de ampliación hasta Mondariz, donde nunca llegaría, se inaugura el tramo Vigo-Porriño en marzo de 1920″.

La flota fue ampliándose con los años, adquiriendo ´jardineras´ –remolques abiertos y sin ventanas- y nuevos coches, como el espacioso ´siboney´ –del que no se sabe si debe su nombre a un enorme trasatlántico que encalló en la Ría de Vigo o a los anuncios de una marca de café con el mismo nombre que lucía en sus laterales -.

Pero después de 54 años recorriendo las calles viguesas y sirviendo como símbolo de toda una generación, los tranvías dejan de desfilar a las 24.00 horas del 31 de diciembre de 1968. Tal y como llegaron, como símbolo de la modernidad, se vieron sustituidos, en un plan del alcalde Eduardo Portanet, por los autobuses de Vitrasa. Un nuevo transporte que, con los años, sería el nuevo símbolo de Vigo hasta convertirse en sinónimo de autobús urbano para cualquier vigués, independientemente de la ciudad donde resida. “A tranvía muerto, autobús puesto”, escribí la crónica del 1 de enero de 1969 el ‘Faro de Vigo’. “Es la hora de soltar alguna que otra lágrima. Porque nos entra la duda de si los autobuses nos despertarán por la mañana como otrora lo hicieron nuestros arcaicos tranvías. Arcaicos por monumentales, que no por viejos”, continuaba la crónica que se despedía con “el perdón unánime de todos los vigueses a esos ruidos, a esa incomodidad que en ocasiones hicieron sufrir a los usuarios. El perdón unánime, porque también el homenaje es unánime”

La muerte del transporte no ha acabado con la añoranza de Vigo. Todos los intentos habidos en los últimos veinte años por resucitarlo han acabado en algún cajón de los munícipes. Pero el paso por sus calles aún resuena en la imaginación de cuantos fueron testigos de su incesante trasiego.

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