La Crónica de Guadalajara

10 agosto 2015

El tren (o por qué España no es Japón)

Rufino Sanz Peinado

A más de 300 km/h de media, y con capacidad para alcanzar los 500, el Shinkansen (o tren-bala japonés) es la forma más rápida y práctica de recorrer el país del sol naciente. El más rápido de estos trenes, el Nozomi Super Expres, hace el trayecto entre Tokio y Kioto (528 kilómetros) en apenas dos horas y veinte minutos; y uno más lento y algo menos caro, el Hikari, recorre esa distancia en algo menos de dos horas y cuarenta minutos.

Los japoneses, ese pueblo laborioso e inquietante –con la espalda en el muro otra vez en el siglo XXI, me temo–, todavía tercera potencia económica mundial, son partidarios del detalle y el gusto refinado si se trata de ornamentar un templo o cualquier otro edificio singular, de la perfección integradora a la hora de construir los cientos de rascacielos de cristal y acero de la conurbación de Tokio (a veces en una simbiosis entre Nueva York y Las Vegas), y de no andarse con florituras a la hora de acondicionar las estaciones del ferrocarril: austeras, no siempre con escaleras mecánicas, invadidas por un calor húmedo infernal que empapa la camisa a los tres minutos y te convence pronto de que debes dejar de pensar en ello el resto del día, sencillamente porque el problema no tiene solución. Todas las estaciones en alto (y las vías, a veces, entre rascacielos), en una especie de primer piso; todas siguiendo el mismo diseño de una especie de talanqueras metálicas que se abren en los escasos dos minutos en los que el tren se detiene; todas abiertas al calor insoportable del verano y al húmedo frío del invierno, nada que ver con esos habitáculos cerrados y confortables de Atocha, de Sans, deZaragoza-Delicias. Ni en la confortabilidad ni en la vestidura: no es infrecuente ver cables por fuera, paredes de desnudo hormigón, escaleras limpias (en Japón no hay papeleras) pero que han perdido el lustre hace tiempo.

Pasado el sufrimiento, la cosa cambia un tanto al entrar al vagón: bendecido por un potentísimo aire acondicionado, amplio, más ancho que los de nuestro AVE porque también parece que la vía es más ancha, con asientos que parecen pensados más para europeos nacidos al norte del Paralelo 50 que para menudos nipones. Otra diferencia con el AVE se descubre enseguida, aunque no está claro que sea debida a una tecnología superior: dentro del tren se aprecia realmente la alta velocidad aunque no se mire por la ventana, sensación que el cuerpo reconoce como extraña y novedosa.

El tren avanza deprisa por las llanuras, y es cierto que se puede echar un vistazo por la ventana al monte Fuji, un volcán compuesto y sagrado vetado a las mujeres hasta la eraMeiji, a finales del siglo XIX. Ahora ya pueden subir, creo, aunque si se desmandan un poco reciben, seguro, alguno de esos ladridos de los hombres a los que todavía no suelen replicar las féminas en el común de los casos. Siempre pueden, eso sí, aislarse para practicar durante horas ruidosos juegos electrónicos en las plantas segunda y tercera del edificio SEGA, sin ser incomodadas (ni incomodar) a los aún más ruidosos varones que ejercitan su talento en las plantas cuarta a séptima.

El Hikari llega ya a Yokohama, que al igual que Kioto se libró de la bomba atómica en el macabro juego de la ruleta rusa que ahora conocemos con más detalle. El poderoso tren reduce velocidad y se detiene (no será la última vez antes de la llegada) en Yokohama, cuyo imponente puerto se abre ya a la bahía de Tokio. Sólo 37 kilómetros restan para llegar a la estación de la gran ciudad y entonces la mente, rebelde, vuela un instante hacia España y se detiene en los llanos de Valdeluz, entre un refrito de sensaciones entre las que se distinguen con nitidez la ironía y la vergüenza.

España no es Japón, pero poco hay que envidiar como no sea la mayor decencia nipona a la hora de asegurar empleo a todos los habitantes del archipiélago; el área metropolitana deMadrid se queda pequeña ante la locura de la conurbación de Tokio, pero es la mayor de nuestro apreciado y querido país; el Puerto Seco de Azuqueca nada tiene que ver con el marítimo de Yokohama, y la población de Alcalá de Henares es quince veces inferior a la de aquélla gran ciudad. Sin embargo, dentro de nuestro pequeño mundo, una estación de AVE situada entre Guadalajara y Alcalá (a 37 kilómetros de Atocha, digamos) hubiera sido una de las más utilizadas del país, y, sin duda, un elemento esencial para la operatividad de esa cosa (entidad autónoma al hombre, susceptible de apropiación por él y de rendirle una utilidad moral o económica) algo etérea que se dio en llamar Plan Estratégico del Corredor del Henares.

Pero no; hubo de construirse la estación de Yebes-Valdeluz. Porque tres decidieron que los técnicos aconsejaran que mejor por allí, mientras los demás aplaudíamos o nos callábamos. Aunque intuyéramos ya qué es lo que realmente pasaba.

Pin It