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17 febrero 2019

REPORTAJES

La guerrilla de los grafiteros, riesgo y adrenalina entre vagones

Metro de Madrid. Tras esperar varias horas y contemplar la posibilidad de abortar su acción, los grafiteros ven cómo un vagón de metro es aparcado en el túnel donde están. Corren hacia el convoy aún en marcha. Lo pintarán durante 10 minutos, antes de ser descubiertos. Ver fotogalería Metro de Madrid. Tras esperar varias horas y contemplar la posibilidad de abortar su acción, los grafiteros ven cómo un vagón de metro es aparcado en el túnel donde están. Corren hacia el convoy aún en marcha. Lo pintarán durante 10 minutos, antes de ser descubiertos. Enrique Escandell

Se citan en estaciones y rincones solitarios, recorren conductos ocultos y atraviesan puertas prohibidas como quien anda por el salón de casa. Encapuchados y veloces, buscan su objetivo: vagones de metro y de tren que pintar. Romanticismo, arte, adrenalina y riesgo se entremezclan en sus correrías. Son los grafiteros: la guerrilla del espray

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VIERNES NOCHE en el ex­trarra­dio de Barcelona. En un parking situado al lado de la estación de Torras i Bages, cinco hombres de entre 20 y 40 años sacan del maletero de un BMW una pata de cabra y una cuerda de más de 20 metros. Llevan pantalones de chándal, ropa oscura y zapatillas de trekking. El humo de sus cigarros se mezcla con el vaho del frío mientras, con el murmullo de la autopista de fondo, hablan de butrones, de sierras radiales y de persecuciones policiales de infarto.

Son grafiteros —o, como ellos se llaman, escritores— y su intención esta noche es jugarse la vida para conseguir pintar un vagón de metro antiguo, construido en 1926 y apartado de la circulación hace 30 años. “Un modelo de metro top”, dice uno de ellos mientras extienden la cuerda por el suelo, la doblan y le hacen varios nudos. El objetivo a conquistar se encuentra en las instalaciones del Triángulo Ferroviario de TMB, la empresa que gestiona el metro en la capital catalana. “Eso es un auténtico fortín”, precisa otro de los grafiteros. “Hay cámaras por todos lados, está muy profundo y plagado de vigilantes”.

Quien describe la situación es Jabato, seudónimo de uno de los grafiteros más respetados del país, con 25 años de fechorías a sus espaldas. Tiene 37 años, dos hijos y durante el día es pintor. Ha recorrido medio mundo pintando sistemas ferroviarios y hace poco que ha vuelto a casa, después de tres meses entrando y ­saliendo de la cárcel en Nueva York por pintar varios vagones del metro. En el grupo también hay otro hombre de 40 años, que confiesa que ha vuelto a “engancharse” tras más de una década sin pintar. Cuenta que recientemente se ha divorciado, está en buena forma y nadie le espera en casa. El resto son tres chavales de entre 20 y 25 años: uno de ellos asegura que estudia. Los otros prefieren no hablar demasiado.

Hay grafiteros de todo tipo: perfiles marginales, de clase media y de familias acomodadas

Según la Policía Nacional y los Mossos d’Esquadra, alrededor de un millar de españoles dedican su tiempo libre a introducirse en las instalaciones ferroviarias y pintar sus vagones. Es un colectivo totalmente hermético, que generalmente rehúsa aparecer en los medios. Sus participantes son anónimos, mantienen una doble vida y compiten entre ellos en un juego urbano consistente en sortear medidas de seguridad. En la mayoría de los casos, el resultado de la pintada es lo de menos. Lo primordial es la aventura. Muchos tienen un trabajo normal durante el día y, por la noche, dedican horas y horas a preparar sus acciones: vigilan los turnos de los vigilantes, tapan o mueven cámaras de seguridad, rompen sensores, abren butrones en la pared y se cuelan por conductos de ventilación para infiltrarse en las instalaciones del suburbano. Entre sus participantes hay gente de todo tipo. Perfiles marginales, de clase media y también miembros de familias acomodadas. “Muchos de ellos son tipos aparentemente normales: tienen trabajo, estudios, pareja, familia…”, remarca Luz Clemente, inspectora jefa de la Sección Operativa Central de la Brigada Móvil de la Policía Nacional.

El fenómeno cuesta decenas de millones de euros a los operadores ferroviarios. Los cálculos no son exactos porque, además de la limpieza de los grafitis, entran en juego otros factores que también repercuten en el presupuesto: la retirada de la circulación de los vagones pintados, el arreglo de los desperfectos que generan los grafiteros al colarse en las instalaciones, así como las nuevas capas de pintura que deben aplicarse a los trenes cuando se han limpiado varias veces.

Madrid. Manoteras.Los escritores son sorprendidos por un convoy que viene por la otra vía. Se ponen en medio para pararlo y empieza una persecución por los túneles. Madrid. Manoteras.Los escritores son sorprendidos por un convoy que viene por la otra vía. Se ponen en medio para pararlo y empieza una persecución por los túneles. Enrique Escandell
 

Según la Asociación de Transportes Públicos Urbanos (ATUC), las compañías ferroviarias se gastaron en 2017 más de 20 millones solo en limpiar los grafitis. El desembolso, no obstante, podría ser incluso mayor. Renfe cifra en 15,7 millones el gasto en este concepto en 2017. Ese mismo año, Metro de Madrid empleó 1,6 millones en borrar pintadas, según datos publicados el pasado noviembre por Europa Press. También en 2017, Transportes Metropolitanos de Barcelona (TMB) cifró el dispendio generado por el grafiti en 12 millones, una cifra que incluye otras partidas aparte de la limpieza.

Todos los policías, vigilantes, maquinistas y responsables de seguridad entrevistados para este reportaje aseguran que, más allá de los millones, el principal problema con los grafiteros es el aumento de la violencia en sus acciones. El pasado noviembre, en un mismo fin de semana, se registraron diversos asaltos a convoyes en los metros de Madrid y Barcelona por grupos de 30 y 40 grafiteros. Pararon los vagones en marcha para pintarlos y se enfrentaron a policías, vigilantes, viajeros y maquinistas. Varios de ellos tuvieron que ser atendidos por los servicios médicos. “Cada vez son más violentos”, afirma Ricardo Ortega, responsable de seguridad de TMB, desde la sala de control donde se sigue lo que registran las 8.000 cámaras de vigilancia repartidas por el metro. “Si no, que me expliquen por qué llevan barras de hierro y espray de pimienta o se tapan la cara con pasamontañas”. Según los Mossos, de 3.500 incidentes por grafitis el año pasado, solo en siete casos se denunció violencia de los grafiteros. Tanto Mossos como TMB, sin embargo, cuestionan este dato porque muchas amenazas o agresiones leves no se denuncian.

Barcelona. Estación de Torras i Bages. Uno de los grafiteros fotografía el vagón de 1926 recién pintado. Barcelona. Estación de Torras i Bages. Uno de los grafiteros fotografía el vagón de 1926 recién pintado. Enrique Escandell
 

En Barcelona, Jabato y los suyos se preparan para la acción. Se tapan las caras para evitar ser registrados por las cámaras de seguridad. Ninguno de ellos porta, sin embargo, barras de hierro ni espráis de pimienta. “Llevar esas cosas no sirve de nada”, precisa Jabato. “El 90% de nosotros nos ponemos a correr cuando somos descubiertos, el problema es el ruido que hace el otro 10%”. Policía, Mossos y el responsable de seguridad de TMB confirman lo que cuentan la docena de grafiteros consultados: la mayoría de ellos repudian estos actos porque les dan mala prensa y quienes los llevan a cabo suelen ser grafiteros jóvenes e inexpertos. “La mayoría quiere entrar, pintar y marchar sin ser visto”, sostiene Joaquim Bayarri, intendente jefe de la División del Transporte de los Mossos d’Esquadra. “Pero es cierto que desde hace unos años algunos se enfrentan violentamente a los vigilantes”.

Tras colarse en unas obras y saltar varias vallas, los grafiteros se han subido a un respiradero del metro, por el que pretenden penetrar en las instalaciones. El orificio tiene varios metros cuadrados y queda elevado unos dos metros encima del suelo. Debajo de la rejilla se observa una sima de más de seis metros de profundidad. “Joder, eso es muy alto, tío”, dice uno de los más jóvenes mirando el agujero desde arriba. Entre todos abren un conducto de ventilación, cortado el día anterior con una sierra radial, y cuelgan de ahí la cuerda con los nudos. El plan es descolgarse a pulso, sin ningún tipo de arnés ni seguridad, por esa cuerda a través del conducto de ventilación.

Madrid. Manoteras.Un grafitero rellena las letras con su nombre. Utiliza pintura en aerosol hecha con base de agua. Madrid. Manoteras.Un grafitero rellena las letras con su nombre. Utiliza pintura en aerosol hecha con base de agua. Enrique Escandell
 

Aparecen las primeras dudas. Dos de ellos —el mayor y el más joven— optan por no bajar. “Hay demasiada altura, ahí te puedes matar”, les dice el más veterano, “os vigilaré desde fuera”. Tanto los grafiteros como los Mossos d’Esquadra confirmarán días después la peligrosidad del plan. Hace más de un año un joven grafitero se cayó en el mismo lugar, quedó varios días en coma y actualmente sufre severas secuelas de ese accidente.

Jabato parece no tener miedo alguno. Primero baja solo para comprobarlo todo. Vuelve a subir a pulso por la cuerda con una facilidad pasmosa, mientras sus compañeros le iluminan con el móvil. Se mueve como una culebra que conoce al dedillo todos los rincones del metro. Entra por un conducto de ventilación, sale por otro. Abre y cierra puertas que nadie sabe a dónde van y en todo momento actúa como si estuviera en el salón de su domicilio. Lleva haciendo esto desde el año 1993 y no tiene intención de dejarlo. “Es mi vía de escape, me llena de vida a pesar de los problemas que conlleva”, contaría unos días después. “Fue pintar el primer tren y ya no volví a tocar un solo muro”.

¿Por qué hay gente que se juega su integridad de esta manera por pintar un vagón que ni siquiera va a circular? De las entrevistas con grafiteros y expertos se desprenden tres principales razones: tradición, ego y adrenalina. “El grafiti nace y se desarrolla en los setenta en el metro de Nueva York”, señala Jaume Gómez, doctor en Historia del Arte y presidente de

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