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1 septiembre 2018

El último viaje de Robert Kennedy

Hace 50 años, los estadounidenses se despidieron del político asesinado acercándose al tren que lo conducía a su entierro. Dos exposiciones muestran el trabajo del fotógrafo Paul Fusco, ‘empotrado’ en un vagón

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Fotografía 'sin título' de la serie 'RFK Funeral Train', 1968. Ver fotogalería Fotografía 'sin título' de la serie 'RFK Funeral Train', 1968. Paul Fusco Magnum Photos

 

Robert Kennedy hizo su último viaje subido a un tren. Fue el 8 de junio de 1968. Dos días después de su asesinato en un hotel de Los Ángeles, tras haber ganado las primarias demócratas en California, un convoy funerario condujo los restos mortales del senador desde la Catedral de San Patricio, en Nueva York, hasta el cementerio militar de Arlington, en las afueras de Washington, donde sería enterrado. El fotógrafo Paul Fusco, futuro integrante de la agencia Magnum, se encontraba en ese tren. Las imágenes que recogió a lo largo de aquel viaje son recordadas este verano, en el 50º aniversario del asesinato de Kennedy, en dos exposiciones distintas, en Nueva York y Arlés.

 

Ambas rememoran aquel día en que la población salió a la calle para despedirse de un político que logró suscitar un ápice de esperanza en un tiempo marcado por la violencia y las tensiones raciales, tras la muerte de su hermano, el presidente John F. Kennedy, cinco años atrás, y la de Martin Luther King, solo dos meses antes. El asesinato de Bobby, perpetrado por un palestino desequilibrado que dijo haber actuado por su país, dejó claro que la oscuridad era casi total. “Hay vidas que tienen el valor de iluminarse cuando llega la muerte”, escribió una vez Norman Mailer sobre ese hombre “con dientes de conejo” y “ojos de un azul lechoso”, a quien el pueblo estadounidense terminó amando “cinco veces más estando muerto que vivo”.

Ese día, Fusco había llegado temprano a la redacción de Look, la revista ilustrada para la que trabajaba como reportero. Era sábado, una jornada tranquila. Hasta que su editor le llamó al despacho. “Paul, hay un tren que sale de Penn Station para llevar el féretro de Bobby a Washington. Súbete a ese tren”, le ordenó. El fotógrafo se armó de dos Leicas, una Nikon y treinta carretes Kodachrome. Su cometido era retratar las dos ceremonias oficiales. Tampoco le habían dejado otra opción: tenía prohibido salir de su vagón para acercarse al féretro. Pero cuando el vehículo cruzó el río Hudson y se adentró en Nueva Jersey, sus planes se torcieron. “Cuando el tren salió de los túneles, descubrí a centenares de personas en luto, amontonados en los andenes y arrimados al tren para estar cerca de Bobby. Me sobrecogió. No lo esperaba en absoluto”, expresaría después. Fusco saltó entonces de su butaca. Bajó la ventanilla y empezó a retratar a la multitud, pese a la velocidad acelerada del tren. Ya tenía costumbre: había aprendido a disparar su cámara en movimiento durante la Guerra de Corea, cuando tuvo la misión de fotografiar las posiciones del enemigo desde un avión.

Un padre y su hijo hacen el saludo militar cuando pasa el tren que llevaba a Robert Kennedy al cementerio de Arlington, el 8 de junio de 1968. Ver fotogalería Un padre y su hijo hacen el saludo militar cuando pasa el tren que llevaba a Robert Kennedy al cementerio de Arlington, el 8 de junio de 1968. Paul Fusco Magnum Photos
 

Lo que vio a través de su visor fueron miles de ciudadanos esparcidos por el paisaje de la Costa Este (entre uno y dos millones, según las estimaciones). Había viejos y jóvenes, blancos y negros, monjas y militares. Se subían a vigas de madera para ganar visibilidad, sostenían emotivas pancartas de despedida y tiraban las monedas que llevaban en sus bolsillos, uno de esos ritos inexplicables que suele generar la muerte. Algunos gritaban y otros lloraban. Dos personas fueron arrolladas por un tren que circulaba en el sentido contrario. Otra más se electrocutó. El ataúd de Kennedy iba en el último vagón y fue elevado para que todo el mundo pudiera verlo. A su lado viajaba su viuda, Ethel, con un rosario en la mano. Dicen que fue la única vez que la vieron llorar. Fue un momento de comunión inhabitual en la historia reciente del país y un reflejo perfecto de su primer lema nacional: E pluribus unum. De muchos, uno solo.

Cuando el tren alcanzó Washington, con cinco horas de retraso respecto al programa, Fusco había acumulado un millar de imágenes. Las primeras estaban perfectamente expuestas e impregnadas de las tonalidades intensas de ese día de finales de primavera. Las últimas, realizadas casi al anochecer, se volvían sombrías y borrosas, prácticamente abstractas. “Me di cuenta de que los temas de esta historia eran el paso de la luz a la oscuridad, de la esperanza a la pérdida, del amor a la tragedia y el dolor. Con esta vida quebrantada, todo un universo de luz, esperanza y amor también se había hecho añicos”, aseguró luego el fotógrafo. “Nos escondemos la mayor parte del tiempo. No queremos que los demás sepan lo que sentimos. Pero ese día muy poca gente se escondía”.

 

Aunque resulte inexplicable, nadie se interesó por las fotografías de Fusco. Solo dos de ellas, realizadas durante la misa fúnebre en San Patricio, terminaron siendo publicadas en Look. Las que tomó en el tren no salieron a la luz hasta tres décadas más tarde. En 1998, una joven editora de Magnum las rescató de los archivos de la agencia y las propuso a la revista George, fundada por John Kennedy Jr., el hijo de JFK, que tendría otro trágico final meses después. Aun así, no alcanzaron la suficiente popularidad hasta que la editorial Aperture publicó en 2008 un catálogo con un tiraje reducido, convertido desde entonces en objeto de culto para todo fotógrafo.

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