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23 mayo 2018

«Paré a Franco dos veces y no se bajó del coche»

 

Guardabarrera fue una profesión de mujeres que compatibilizaron las tareas del hogar, en las casillas, con el control de los pasos a nivel de los trenes. Felicidad Díez Álvarez, de 85 años, nació y se jubiló en la de Sorriba del Esla..

 

 

ANA GAITERO | CISTIERNA
06/05/2018

 

 

 

 

  • Felicidad Díez Álvarez rememora sus años guardabarrera en Sorriba, en el Museo del Ferroviario de Cistierna. JESÚS F. SALVADORES -
    Felicidad Díez Álvarez rememora sus años guardabarrera en Sorriba, en el Museo del Ferroviario de Cistierna. JESÚS F. SALVADORES -

 

 

Felicidad Diez Álvarez nació entre las vías, se crió acunada por el ruido de los trenes y aunque han pasado veinte años desde que dejó la casilla de Sorriba, al jubilarse, aún echa de menos el soniquete del hullero. Y se le llenan los ojos de lágrimas al recordar el último tren Correo que llegó a Bilbao, al que dio paso con su uniforme amarillo y el banderín rojo, como los que se guardan en el Museo del Ferroviario de Cistierna.

Felicidad lleva la profesión en los genes. Su madre fue guardesa y de ella ‘heredó’ el puesto. Su padre era empleado de las vías y toda la familia está ligada a este ferrocarril que, con sus 335 kilómetros, es la vía estrecha más larga de Europa Occidental.

Cuando el tren carbonero fue inaugurado, el 11 de agosto de 1894, para acercar el mineral de las cuencas leonesas y palentinas a la pujante industria siderúrgica de Vizcaya, ya trabajaban sus ancestros en el camino de hierro. «Mi abuelo fundó el ferrocarril y trabajó de la parte de Prado de la Guzpeña a Mataporquera», apunta la mujer. Su marido fue guardafrenos durante 46 años, un hermano y una hermana y también uno de sus hijos han trabajado en el ferrocarril, sin contar los primos que se fueron a Valmaseda...

Nació en 1935. Ya casada y con tres hijos, a los 29 años, se hizo cargo del paso de Sorriba del Esla. «Cuando yo empecé era Robla, después pasamos a Feve y ahora han pasado a Adif», explica. «Entonces era muy duro. Tenía cuatro barreras, portillas las llamábamos, y había dos para la parte de Vidanes y dos para la parte de Cistierna. Tenía que pasar la vía para atar las de Vidanes y después las de Cistierna».

 

El cambio llegó con Feve. «Pusieron los balancines porque ya empezó a haber mucho tránsito. Pero nos los rompían cada poco porque había muchos choques de coches», añade. Así que muchos de sus recuerdos tienen que ver con los accidentes: «Hubo un muerto, pero muchos heridos. Yo oía el ruido y salía a socorrerlos», señala. «Tenía que coger la matrícula del coche y los datos del seguro, sólo uno se me escapó en los años que trabajé. Había veces que salía hasta en camisón con la cazadora puesta», añade.

 

En aquellos tiempos «venía mucha gente al baile de Cistierna» el problema del paso es que «había curva y entrecurva» y por la noche «a la velocidad que venían, no se daban cuenta que había barrera y chocaban». «Asistí a mucha gente yo sola. Les recogía. Les dejaba el teléfono, llamaban... muchos me lo agradecían, otros no».

 

No se encontraban con la felicidad precisamente, pero les encontraba Felicidad Díez Álvarez, la guardesa que durante 35 años atendió el paso de Sorriba del Esla. En casa estaban acostumbrados a las visitas sorpresivas. «Un año por Nochebuena pusieron mis hijos la mesa y sobraba un plato. ‘No se preocupe mama, que alguien vendrá’, me dijeron. No acababa de decirlo y se oyó ¡plas!. Era uno de Riaño que dio contra el muro. Le dije: ‘Siéntate que vamos a cenar’».

 

En el paso «pasó de todo, raro el día que no tenía algo. Pero los accidentes siempre eran de noche. Estaba la carretera llena de acacias y no veían hasta que se metían encima». Entre las anécdotas que atesora en su memoria menciona las dos veces que paró a Franco con la barrera. «Iba a cazar a Riaño, y venía un tren y cerré la barrera con la mitad de la escolta de un lado y el coche de Franco parado. Dos veces le paré. No bajó del coche. Yo le veía perfectamente. A los chavales les mandaban con banderas para decirle adiós. Estaba rodeado de guardias», relata.

 

La jornada empezaba temprano. A las 4 de la mañana ya estaba en pie para atender el paso con la llegada del tren de las 4.10, a las 6.25 venía otro y luego otro más. Todos repletos de carbón. El Correo pasaba por Sorriba a las 11 de la mañana con dirección a Bilbao. Por la tarde, los de regreso.

 

«Había días que juntaba las noches con el día, sobre todo cuando había descarrilamiento», explica. Felicidad se subía a la bicicleta e iba al punto de la vía donde la indicaban para recoger los topes que se caían. Quitar y poner las barreras no era un trabajo liviano. Eran de hierro y se movían a mano hasta que se pusieron los balancines que funcionaban a manivela.

 

Felicidad tenía que apuntar, un día al año, todo el tráfico que pasaba por el cruce férreo: «Coches, bicicletas, carros y todo lo que pasaba». Además del trabajo crió a cinco hijos: «Cogía la bicicleta y me iba a piñas para encender la lumbre. Traía dos sacos desde los pinares del valle de las Casas», cuenta. Con la bicicleta iba también a Cistierna a hacer la compra.

 

En 1993, antes de cumplir los 65 años, se jubiló porque se automatizó el paso. Todavía pasaban los trenes cargados de carbón. «Los últimos ocho años hice muchas horas porque eran los que contaban para la pensión», apunta. Cuando nevaba le tocaba «espalar la nieve por el paso hasta que pasaba el ‘cepelín’».

 

Mujeres guardesas hubo muchas. Felicidad se acuerda bien de las que ocupaban los puestos más cercanos: Mataporquera, Pedrosa (era una tía suya), Cervera de Pisuerga, Guardo, Puente Almuhey (dos), Prado de la Guzpeña, Sorriba (al principio se compartía con un hombre), Valle de las Casas (dos), La Vecilla (dos) y Campohermoso 

(dos, una de ellas su hermana).

 

«Nos daban los descansos los de Vías y Obras, pero en Bilbao querían más a las mujeres que los hombres para guardabarreras. Las atendían mejor», apostilla. También recuerda cuando recibió las máquinas 90 y a sus chiquillos subiéndose al tren a escondidas al perder velocidad en la cuesta que encaraba antes de pasar delante de la casilla de Sorriba del Esla: «Les veía y les reñía, pero era como si no».

 

El bullicio, levantarse temprano, cuidar a los enfermos... Hacía de todo. «Una vez me llamó el doctor Rivas y me dijo que tenía en su consulta cuatro o cinco toallas. Iban sangrando y se las ponía».

 

La presencia de las mujeres en este oficio está documentada desde muy antiguo. Desde los orígenes de Diario de León, hace más de 112 años, las noticias sobre guardabarreras femeninas salpican las páginas del rotativo. Desde la desgracia que acabó con la persecución de una guardesa hasta la condecoración de otras, como María García Puente que recibió la Cruz de la Bemeficencia que «con su serenidad supo evitar una verdadera catástrofe ferroviaria cerca de Ávila», según una noticia fechada el 29 de noviembre de 1929.

 

Una de las últimas mujeres que ejercieron este oficio estuvo destinada en el paso a nivel de El Crucero hasta su supresión en marzo de 2011.

 

 

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