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1 octubre 2015

 

Vivir junto a una instalación molesta

Vecinos cuentan el suplicio de residir junto a las vías del tren, la autopista, una destilería de cok o una cantera

ANA SALAS / CAROLINA GARCÍA / GONZALO DÍAZ-RUBÍN

José Servando Miguel Rodríguez, en La Argañosa.

José Servando Miguel Rodríguez, en La Argañosa. / Alex Piña

 

Soportan el ruido permanente de una autopista, la contaminación de una destilería de cok, la vibraciones del paso del tren, los ruidos y las explosiones de una cantera o el miedo a que su edificio ceda tras años viviendo al lado de una presa. Todos ellos son vecinos del concejo que viven junto a instalaciones molestas. Muchos han protestado en multitud de ocasiones sin conseguir aminorar su padecimiento, y otros han decidido resignarse por entender que luchan contra gigantes. También los hay que prefieren guardar silencio a enfrentarse a empresas que dan de comer a sus familias.

Miguel Gayol, en su piso de Olloniego.

Miguel Gayol, en su piso de Olloniego. / Alex Piña

«No queremos que cierre, sino que invierta en tecnología», aclaran Manuel Abella y Marcelino López, vecinos de Requejo, el barrio de Trubia más cercano a Industrias Doy.

Lo que quieren es que se adapten a las nuevas tecnologías y reduzcan la contaminación medioambiental que, en su opinión, es «insoportable». Sufren ruido, intensos olores que se hacen más fuertes en verano y la continua presencia de un polvo negro derivado de la destilación de cok de la factoría. «La ampliación de los años 90 fue lo que nos mató», se lamentan apuntando tanto al Principado como al Ayuntamiento que permiten, dicen, que la situación se prolongue en un barrio que cada vez tiene menos vecinos y ellos, si pudieran, también lo abandonarían.

Belén González reside a escasos metros de la cantera de El Naranco, en Llugarín (Villapérez) desde hace ocho años.

Belén González reside a escasos metros de la cantera de El Naranco, en Llugarín (Villapérez) desde hace ocho años. / Mario Rojas

En Trubia no son los únicos residentes que sufren los inconvenientes de vivir junto a una instalación molesta. En las viviendas de Coronel Baeza las cosas empeoraron cuando, literalmente, las casas se inundaron. Vivían justo al lado de la presa de El Machón, sobre el río. Fue entonces cuando las quejas empezaron a tomarse en cuenta. Primero llegó el derrumbe parcial, luego la demolición los vecinos ya llevaban años pidiendo que se destruyera porque acumulaba décadas sin ninguna utilidad.

Ya no hay presa pero no han cesado los problemas. Lo cuenta Marta Rodríguez que espera, como el resto, que un experto valore los daños y diga cómo se encuentra el edificio. «Hace años vino un ingeniero del Ayuntamiento. Tras su visita nos comunicaron por carta que debíamos ocuparnos nosotros de la valoración. No disponemos de dinero, así que enviamos un escrito al que nunca llegaron a responder». Están así desde entonces, con la diferencia que muchos han abandonado. Casi al tiempo que llegó la inundación y derribaron la presa les pudo el miedo y cambiaron su domicilio. Cada poco Marta Rodríguez tiene que lijar las puertas porque no cierran y echa un vistazo a los testigos laterales «porque el edificio cede».

Marcelino López y Manuel Abella, en el patio de la casa de este último, pegada a Industrias Doy en Trubia.

Marcelino López y Manuel Abella, en el patio de la casa de este último, pegada a Industrias Doy en Trubia. / Alex Piña

En el Naranco, Belén González tiene que limpiar todos los días las ventanas. Y su perra ya sabe que cuando suena la sirena detrás va una explosión y la casa tiembla. Son junto con los ruidos (ahora menos que cuando llegó) y el tránsito de camiones que dañan la carretera y obligan a tomarse con calma la salida y llegada a su casa, los inconvenientes de vivir al lado de una cantera, en Llugarín. Pese a ello, defiende que es un paraíso. Llevaba años fuera de Asturias y poder levantarse y contemplar el Naranco (desde una parte de la casa ve el monte y por la otra, la cantera) supone un privilegio. También es cierto, cuenta, que por trabajo pasa bastante tiempo fuera de casa y se junta con que la empresa ha aflojado el ritmo. Y es que hace tiempo las explosiones se repetían varias veces al día.

Sabe que si todos los días no limpia el coche y sus ventanas, el polvo se va a ir acumulando más deprisa que si viviera en cualquier otro lugar. El ruido también ha ido a menos. A Belén ya no le tocaron las jornadas nocturnas. Ahora llevan una temporada «más tranquila».

Hasta Bruselas ha llegado la reclamación de Olloniego y de sus barreras acústicas pero ni siquiera así han conseguido reducir la molesta A-66 que, prácticamente, recorre la localidad. Queda al lado y casi todos en la localidad escuchan el constante ruido del tráfico.

Marta Rodríguez luchó durante años junto al resto de vecinos para que demolieran la presa.

Marta Rodríguez luchó durante años junto al resto de vecinos para que demolieran la presa. / Mario Rojas

El consultorio médico y el colegio permanecen con las ventanas cerradas, igual que las viviendas más próximas, algunas a escasos metros de la autopista. Sus vecinos no dejarán de reclamar lo que entienden indispensable para una vida algo más tranquila. No entienden, sin embargo, por qué siguen sin barreras acústicas a pesar de haber un acuerdo de 2006 para instalarlas aquí y en Ventanielles. Mientras, los vecinos de ambas zonas, sufren una contaminación que, aseguran, supera los límites legales. Más de 20 años llevan así en Olloniego.

José Servando Miguel Rodríguez mide desde hace 15 años el tiempo por el paso de los convoyes antes de Feve, «ahora todo es Renfe», puntualiza, frente a las ventanas de su casa, en el número 140 de La Argañosa. «Molesta», admite y propone como solución construir muros entorno a la vía que reduzcan el ruido y las vibraciones que produce el paso de los trenes al salir del túnel de Vallobín.

De lo que no quiere oír hablar ni en pintura es de los planes municipales para construir una calle sobre la vía, el que sería el arranque del vial Vallobín-San Claudio, con «una losa que metería los coches en casa y me obligaría a poner rejas en la ventana» por seguridad, ya que vive en un primero. Además, añade, «el tren no pasa de noche». El proyecto con muchos problemas técnicos y sin las urgencias del ladrillo duerme en un cajón.

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