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25 marzo 2014

38 cosas que siempre recordarás del Interrail

Convertirte en un experto en horarios de trenes Liubliana-Zagreb, lavar tu ropa con jabón Lagarto y colgarla con técnicas estrambóticas en tu macuto, dormir en trenes nocturnos para ahorrarte una noche de albergue... aquí van 38 cosas que pasaron en tu primer Interrail y que nunca podrás olvidar.

1) Buscar durante horas en foros y páginas web horarios, consejos e itinerarios recomendados. Terminar con la cabeza saturada de información sobre trenes Liubliana-Zagreb y de ferries entre Italia y Atenas.

2) Discutir infinitamente la ruta con los compañeros de viaje. Dejar con gran pena un destino que te apetece mucho pensando “la próxima vez iré”. Desde entonces no has vuelto a estar ni a 100 kilómetros de ese lugar.

3) Generar odios en los viajeros que han formado una cola detrás de ti mientras preguntas en una ventanilla de Renfe tu infinita lista de dudas.

4) Hacer la mochila rápidamente, probarla, alucinar con el peso e inmediatamente deshacerla y dejar la mitad de las cosas en casa.

5) Comprar varias guías de viaje rebosantes de información para terminar llevando fotocopias arrugadas de los principales destinos que conforme van pasando los días resultan ilegibles de tan manoseadas.

6) Preparar unos paquetitos de papel albal con embutidos variados para ir tirando los primeros días de viaje. Que, en consecuencia, la ropa huela a chorizo y queso manchego.

7) Los nervios del principio que llevan a comprobar una y mil veces que se está en el andén correcto y a asegurarse de nuevo preguntando al revisor el destino del tren.

Trenes que nunca olvidarás

Trenes que nunca olvidarás

Corbis

8) Guardar y estar pendiente del billete como si fuese la vida en ello. Conocer durante el viaje a alguien que lo ha perdido y sentir que efectivamente va la vida en ello.

9) Hacer un bote con los amigos para compartir gastos y que al final de la experiencia esté saturado de monedas distintos países y rivalice en peso con la mochila.

10) Lavar los calcetines y la ropa interior a mano con una pastilla de jabón Lagarto en los lavabos del albergue o de la estación.

11) Que esos mismos calcetines y ropa interior no sequen a tiempo y llevarlos atados a la mochila con estrambóticas técnicas para que se ventilen al caminar.

12) El odio furibundo que se siente al descubrir que los baños de una estación son de pago.

Los andenes, tu segundo hogar

Los andenes, tu segundo hogar

Corbis

13) La mirada de extrañeza al encontrarse con gente mayor de 30 años (siempre extranjeros) que también están haciendo el Interrail.

14) Levantarse como una estrella de pop mundial de gira europea: ¿En qué país estamos hoy? ¿Y aquí hay euro?

15) Que alguien sufra el drama del bote de gel que se abre e impregna media mochila. Maldiciones y sufrimientos, pero lección aprendida para los restos.

16) Hacerse un lío con los cambios de divisas sucesivos. Bendecir mentalmente la existencia del euro y preguntarse cómo se las arreglaba la gente que hacía el mismo viaje en los 90.

17) Dormir en trenes nocturnos para ahorrar una noche de albergue. Despertarse al principio como salido de una de esas bolas de plástico que tiran por las colinas con gente loca dentro y al final del viaje montar el tenderete en el asiento con la experiencia de un vagabundo de la Gran Depresión.

Dormir en trenes nocturnos: siempre que se pueda

Dormir en trenes nocturnos: siempre que se pueda

Corbis

18) Descubrir con gran pena que ese amigo íntimo de la infancia y tú tenéis visiones muy diferentes de lo que tiene que ser un viaje.

19) Descubrir con gran alegría que ese conocido que no te apetecía mucho que se apuntase al viaje y tú os compenetráis a la perfección.

20) Identificar cada ciudad con la experiencia que se vivió en ella. Ergo, si en Gante llovió horriblemente o en Dresde costó mucho encontrar alojamiento, no las recuerdas con cariño.

21) Que el plan improvisación de no ir con reserva, sino llegar y buscar alojamiento sobre la marcha salga siempre bien hasta que en la última etapa de viaje se acaba en una ciudad que está en plenas fiestas. No encontrar albergue ni cama libre en ningún rincón y recorrer el centro con la mochila a cuestas maldiciendo en voz alta.

22) Llevar un repertorio de música (en cinta, cd o mp3, según la época) que se supone sobradamente abundante y variado. Terminar odiando todas y cada una de esas canciones.

23) Preso del afán ahorrativo, dormir en estaciones. Acordarte mucho de aquella almohada hinchable para el cuello que tus padres te instaron a llevar y tú rechazaste. 

24) Hacerse el despistado para colarse en el vagón de primera.

El chacachá del tren

El chacachá del tren

Corbis

25) Compartir la comida y los tentempiés con los compañeros de vagón. Mirar con envidia a los que comen algo de aspecto delicioso y no comparten.

26) Ir carretando una botella de dos litros que se va llenando en fuentes públicas y grifos de los alojamientos con desiguales resultados.

27) Encontrarse con otros viajeros españoles que relatan hasta el mínimo detalle de su experiencia porrera / psicodélica en Ámsterdam.

28) Ser uno de ellos.

29) Que las consignas de las estaciones se conviertan en tu caja fuerte, mejor recurso e íntimas amigas.

30) Darse cuenta de que es imposible viajar por Europa sin ir visitando escenarios de la Segunda Guerra Mundial.

31) Hacer una lista de los días de entrada gratuita en los museos favoritos que se quieren visitar y hacerlos coincidir con el itinerario del viaje.

32) Si se viaja solo, disfrutar mucho de la experiencia hasta que llegan los trayectos más largos en tren o las cenas en los albergues, momento en el que se añora un poco la interacción humana y se aprovecha para socializar.

33) Notar la diferencia entre el viajero primerizo y el experto: cuando el primero entra en un tren tan lleno que hay que sentarse en el suelo o pasar horas de pie en el pasillo blasfema y protesta; el experto suspira con resignación y se pone a hacer sudokus.

34) Escuchar muchas veces, a lo largo del viaje, los mismos chistes sobre el Transiberiano, Asesinato en el Orient Express, y la canción El chacachá del tren de El Consorcio.

 

 

35) Repasar en las pausas las fotos almacenadas y sentir que las sacadas hace una semana frente al Louvre son de hace siglos.

36) El sentimiento liberador de ir tirando la ropa usada y vieja a medida que va avanzando el viaje.

37) Si el viaje de vuelta definitivo se hace en avión, sentirse de pronto como si se hubiese llegado al futuro y añorar muchísimo la red ferroviaria europea.

38) Sumar tantas peripecias y aventuras en 20 días de viaje que al regreso parezca que haya pasado una vida.

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