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11 enero 2016

Viaje en el tiempo a todo vapor

Las máquinas antiguas causaron gran expectación en el Museo del Ferrocarril. Las máquinas antiguas causaron gran expectación en el Museo del Ferrocarril. / JORGE PETEIRO

  • El Museo del Ferrocarril despidió la Navidad poniendo en marcha máquinas antiguas y una iluminación especial

     

     

    • MARÍA GANCEDO

    •  
    • GIJÓN

     

     

     

    El Museo del Ferrocarril puso ayer fin a la campaña de Navidad con la iluminación de sus locomotoras. Fue el colofón a una jornada de vapor durante la cual se pusieron en marcha algunas máquinas históricas que permitieron a los visitantes realizar viajes «muy cortos en el espacio, pero muy largos en el tiempo», como los describió Javier Fernández, director del museo.

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    En fila, expectantes, grandes y pequeños se preparaban para subir al coche de viajeros. «Tiene capacidad para unas cincuenta personas», explicaba Sonia Cernuda, guía del museo. Ella era la encargada de contar la historia de este vagón histórico, construido en 1892 «para unir la línea Santander-Solares. Después, a partir de 1896 y hasta los años 70 del siglo pasado, se utilizó para transportar a los mineros de Hulleras de Turón», narra. Ayer se limitaba a cubrir un trayecto de 600 metros, que no duraba más de 10 minutos, pero en el que se condensaban recuerdos atraídos por los sonidos y los olores, ya perdidos, de los trenes antiguos. «Las personas mayores miran estas máquinas con nostalgia. Para ellos el tren simboliza la luna de miel o, incluso, la marcha a la mili».

    A Adonina Monasterio el pequeño trayecto le sirvió para revivir su primer viaje a Madrid. «Tenía 14 años, y tardamos 12 horas», recordaba. Otros, se dejaban llevar directamente por esa atmósfera mágica que envuelve a las máquinas. «No llegué a vivir esa época pero ha sido muy emotivo», decía Benjamín Bello. Los niños miraban las locomotoras con sorpresa. «Para muchos es la primera vez que ven una máquina de vapor de verdad». Así, lo confirmaba, Martín Ortega, de 7 años, que con los ojos como platos confesaba que «nunca había visto nada igual». A Celia y Ángela García, les pareció un viaje «muy interesante. Era como el tren de Heidi». Esta jornada fue posible gracias a la labor de voluntarios como Pedro Catrain, el maquinista, y el fogonero José Antonio Pis o Severino Rodríguez, que echa una mano siempre que puede. Las máquinas de vapor se ponen en marcha varias veces al año, «y la acogida del público es siempre extraordinaria».

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