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26 octubre 2015

Trece horas, siete ciudades, cinco trenes, un país

En los últimos años las infraestructuras ferroviarias han mejorado mucho. Mientras se completa la alta velocidad nos preguntamos: ¿Se puede recorrer Galicia en tren en un día? Lo hicimos en trece horas

JORGE CASANOVA25 de octubre de 2015. Actualizado a las 13:00 h.

 

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ROI FERNÁNDEZ

 

Esta historia podría comenzar en algún club de buen tono donde dos personajes ociosos y adinerados discuten sobre la mejora de las infraestructuras ferroviarias en Galicia. Uno de ellos se viene arriba y asegura: «Podría recorrer las siete ciudades gallegas en menos de 13 horas». Y el otro le responde: «Es imposible». Y así se enzarzan en una discusión que acaba con una apuesta formidable. Es un buen comienzo, pero me temo que ya lo utilizó Julio Verne. Así que, en honor a la verdad contaremos que el origen de esta experiencia no era otro que comprobar hasta qué punto ha mejorado la calidad del transporte ferroviario en esta esquina de la península donde nunca fue, por así decirlo, el orgullo de la casa.

Planifico el viaje desde Internet donde busco  en la página de Renfe, la combinación más económica en tiempo. Quiero pasar por las siete ciudades y llegar lo antes posible al punto de salida, que es la estación de A Coruña. El viaje en sentido inverso a las agujas del reloj me deja más horas perdidas en las estaciones, así que optó por el itinerario A Coruña-Ferrol-Lugo-Ourense-Vigo-Pontevedra-Santiago y vuelta a casa.

Así que el viernes, bien tempranito, me presento en la estación de San Cristóbal para tomar un tren que sale  a las 6.40 con dirección a Ferrol. En la estación estamos los trenes y yo. Bueno, y algún operario de Renfe. Me hago unas autofotos para ir dejando constancia gráfica de mi epopeya y me embarco en un tren limpio y moderno. Antes de instalarme veo un cartel que me deja un tanto descolocado. Hoy es jornada de huelga. Habrá paros que podrán afectar al funcionamiento normal de los servicios. ¡Vaya hombre! Acerté con el día. La posibilidad de que esos paros no salpiquen a alguno de los cinco trenes que tengo que tomar parece altamente improbable. Pero bueno, no vamos a rendirnos antes de empezar.

 
 

Salimos puntualísimos hacia Ferrol en un tren con dos vagones y cuatro pasajeros. Es noche cerrada y el paisaje, por tanto, inexistente. Me he pertrechado adecuadamente para este día tan ferroviario. Llevo en la mochila fruta y caramelos para alimentar a un colegio y mi libro electrónico con la última novela de Don Winslow lista para ser devorada. Así que me pongo cómodo y voy constatando como el convoy llega a cada estación a la hora prometida.

EL MÁS LENTO

A lo largo de este primer trayecto,  el más lento con diferencia de los cinco que hoy me meteré entre pecho y espalda, el tráfico de pasajeros es mínimo. Winslow y la magnífica iluminación del vagón impiden que pueda dormirme, así que llego a Ferrol puntual y sin haberme perdido un solo segundo de este primer viaje. Son las 7.56 de la mañana.

En la estación de Ferrol compruebo que los urinarios también han dado el salto hacia el siglo XXI. Huelen a limpio y, además, están limpios. La cafetería la atiende un señor educado y eficaz que complementa el café cortado que le he pedido con un chupito de zumo de naranja y una pequeña porción de bica. Miro a mi alrededor, por si hay alguna cámara oculta. Casi parece que el servicio de prensa de Renfe esté detrás de este viaje.

Me doy una vuelta por el exterior de la estación, porque me sobra el tiempo hasta las 9.10, cuando sale el siguiente tren con destino a Madrid-Chamartín, un convoy enorme capaz de moverse a todo trapo por las vías de alta velocidad aunque, desde luego, no lo va a hacer mientras yo esté dentro: «El tren es rápido, pero va por la vía lenta», me dice el interventor, que me envía al primer vagón: «Puede sentarse donde quiera». Al parecer, el primer vagón es donde viajamos los que usamos el tren a modo de transporte de cercanías o media distancia. Adentro ya se ha instalado una pareja con un chaval. Van a Monforte: «No, nunca hemos hecho este trayecto. Vamos a conocer la Ribeira Sacra»

El tren, de nuevo, vuelve a salir con puntualidad británica. Y una voz nos da la bienvenida. Nos informa de dónde está la cafetería y de que con el billete de AVE podemos usar servicios de cercanías. Lo explica en gallego, en castellano y en inglés. Cuando llega el interventor, muy dicharachero él, canta en alto los destinos de los pasajeros a los que firma el billete. Hay gente que solo va hasta Betanzos y otros que llegamos hasta Ourense, Sarria, Lugo... En un momento, me da por pensar que el viejo coche de línea en el que la gente iba a la feria ha sido sustituido por un tren ultramoderno. Seguramente no es para tanto, aunque durante el trayecto resulta bastante gracioso escuchar por los altavoces cosas como: «Ladys and gentlemens, next station: Teixeiro».

Ya de día, es un placer ir disfrutando del paisaje. La belleza de la ría de Ferrol y del mar de Ortegal se acaba cuando en Betanzos giramos hacia el interior. Se acaba el mar, pero no el espectáculo. La vieja línea ferroviaria permite ver muy de cerca árboles, granjas, prados, vacas, ovejas, coches, personas, toda la vida que el tren atraviesa. El paisaje es digno de ser disfrutado, pese a las inevitables guindas de feísmo que lamentablemente se han convertido en parte del paquete.

En sus mejores momentos, el Alvia alcanza los 120 kilómetros por hora. Pero son pocos. La televisión del vagón emite un prescindible documental sobre la cocina vasca que ni me va ni me viene, así que sigo concentrado en el paisaje que va desprendiéndose de eucaliptos a medida que nos acercamos a Lugo. Llegamos a las 10.55 y nos vamos dos minutos después. Cada vez hay menos gente en mi vagón. La familia con la que me embarqué en Ferrol se baja en Monforte: «Muy bien, ha sido mejor de lo que esperábamos». Allí comienza una de las partes más hermosas del viaje, con el tren pegado al cauce del Cabe hasta que se convierte en el Sil y, en Os Peares, ya en el Miño. La velocidad del tren es escasa pero, uno desearía que incluso lo fuera un poco más.

El camino hasta Ourense se hace ya acompañando al gran río gallego, cada vez más poderoso. Apenas quedamos tres viajeros en el vagón. Imagino que el enorme convoy tiene una densidad de viajeros mayor. En cualquier caso, a la hora prometida, el Alvia 37094 entra en la estación de Ourense, tres horas y veinte minutos después de haber salido de la de Ferrol. No se me ha hecho largo. Tal vez porque no tenía prisa. O porque me quedan todavía muchas horas para completar mi desafío.

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