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30 octubre 2013

Manuel Vilas en poesía y Alberto Ramos en cuento, Premios del Tren 2013

El poema 'Creo', habla de las contradicciones del mundo contemporáneo, y el relato 'Madrid-Casablanca-Barcelona' tiene como protagonista la película 'Casablanca'

Madrid 29 OCT 2013 - 13:53 CET

Fotograma de la película 'Casablanca', en la que está inspirada el cuento ganador del Premio del Tren 2013 'Madrid-Casablanca-Barcelona'

849 escritores de 21 países. 981 obras: 366 de poesías y 615 cuentos. Este es el balance de la 11º edición de los Premios del Tren 2013, de la Fundación de los Ferrocarriles Españoles. Manuel Vilas (Barbastro, Huesca, 1962) ha ganado en Poesía con Creo y Alberto Ramos Díaz (Valladolid) en cuentos con Madrid-Casablanca-Barcelona. El premio tiene una dotación de 22.000 euros repartidos en ambas modalidades: 6.000 para el ganador, 3.000 para el segundo finalista y 500 a cada uno de los restantes seleccionados (En total son seis los premiados en cada modalidad).

El poema ganador, Creo, “es una descripción del mundo actual. Las grandes contradicciones políticas y sociales” expresadas en verso libre, según Manuel Vilas. Narrador, ensayista y articulista, Vilas asegura sentirse identificado con la poesía realista del siglo XXI: “Ha habido un distanciamiento del género con el público. Esto se debe a que la gente no entiende los versos. Al lector le están contando algo de lo que no se entera”.Esta forma de entender la poesía la sintetiza en una anécdota que suele ocurrirle a menudo cuando acude a reuniones de personas afines a los libros. “Muchas veces acabamos hablando de mis trabajos. Muchos acaban alabando mis novelas pero sin embargo reconocen que la poesía no les llama la atención. Que tienen que hacer grandes esfuerzos por seguir el hilo argumental”. Cuando esto ocurre, se suele generar, explica el autor, un efecto Iglesia, es decir, que solo unos cuantos iluminados entienden el sentido de lo que están leyendo. La poesía, reclama Vilas, debe ser comprensible para todos si queremos que vuelva a retomar su protagonismo.

El cuento con el que Ramos ha conquistado al jurado relata la historia de un señor que ha visto la película Casablanca 99 veces y siempre detiene la cinta en el mismo instante porque no quiere saber el final. Ramor dice que "esta acción se debe a que trata de recordar algo que le ocurrió en el tren que cubría Madrid-Barcelona el 19 de noviembre de 1975, la víspera de la muerte de Franco”.

A este escritor de Valladolid que se siente madrileño la pasión por las letras le viene de pequeño: “Desde que tengo uso de razón me recuerdo escribiendo”. Con el tiempo, esta afición le llevó a indagar en otras formas narrativas como el teatro. “Me siento cómodo inventando historias. Da igual el género. Escribo relatos para mis amigos, para mí mismo, para el público”, confiesa Ramos emocionado, para quien este premio ha sido una inesperada alegría: “Un subidón”.

Los premios se entregaron el lunes 28, coincidiendo con el Día del Tren, en recuerdo a la primera máquina que funcionó en la península: la línea Barcelona-Mataró.

El Segundo Premio de poesía ha sido para Rafael Espejo con la obra La desconocida. Este escritor cordobés nacido en 1975 es Licenciado en Filología Hispánica, es lector editorial, crítico literario en revistas especializadas y articulista de opinión en prensa. En 2009 obtuvo el segundo galardón en los Premios del Tren. En la categoría de cuentos el segundo galardón ha sido para Gonzalo Calcedo por la obra El ladrón de musgo. Nacido en Palencia (1961), es autor de una quincena de libros de relatos, entre ellos, Esperando al Enemigo (1996), La Madurez de las Nubes (1999), Apuntes del Natural (2002), El peso en gramos de los colibríes (2005), Saqueos del corazón (2007), Cenizas (2008), El prisionero de la Avenida Lexington (2010) y Siameses (2011). En 2003 publicó su única novela hasta el momento, La Pesca con Mosca.

Las otras obras premiadas, y dotadas con la cuantía de 500 euros son: en poesía: Cinco días de Ben Clark (Ibiza); Intersecciones de Adolfo Cueto (Madrid); Viajar en día azul de Jesús Jiménez Domínguez (Zaragoza), y Viaje a la noche, de José Saborit Viguer (Valencia). En cuento: La última vez que vi a mi hermano de Mercedes de Vega (Madrid); Japón de Antonio Jiménez Bravo de Laguna (Las Palmas); Presagio de Olga Merino (Barcelona), y Una noche, un tren de Horacio Otheguy Riveira (Argentina).

'Creo'

Manuel Vilas

Creo en los ríos sin nombre, en las piedras que yacen bajo las aguas de esos ríos.
Creo en todos los órganos que inventan mi cuerpo cada día.
Creo en mi rebeldía, en mi agotamiento, en mi desgobierno.
Creo que no fui engendrado,
creo que mis padres fueron una ilusión, actores de teatro.
Creo que todo muere. Creo en mi nerviosismo.
Creo que el sufrimiento es más grande que el amor.
Creo en la aceleración política, en la celebérrima maldad de la Historia.
Creo en los cientos de trasatlánticos y en los cientos de petroleros y en los cientos de portaaviones que cruzan en este instante todos los océanos de la tierra.
Creo que las nubes me aman.
Creo en todos los trenes de altísima velocidad que atraviesan ahora mismo Japón a quinientos kilómetros por hora.
Creo en los bares de esos trenes, donde la gente bebe cerveza japonesa y come cacahuetes dulces importados de un país que se llama España.
Creo en las dilatadas conversaciones de negocios de esos hombres asiáticos, sentados en los sillones de cuero de primera clase.
Creo en la noche.
Creo en La Habana, en su impertinencia histórica, en su diminuta estrategia. Creo en la prolongación de la bondad de los muertos.
Creo en la felicidad de los muertos sobre cuyas tumbas la lluvia cae tercamente.
Creo en las confesiones de los presos políticos chinos, en las descargas eléctricas que convierten sus cuerpos en un Ecce Homo que es anterior, simultáneo y posterior a Cristo.
Creo en los que se ahogaron en los mares, tratando de nadar bajo una luna incompasiva.
Creo que soy el hombre más maravilloso de este mundo y de cualquier mundo posible.
Creo que debería ser amado siempre por todas las cosas y por todos los seres.
Creo en los perros.
Creo en Rusia.
Creo en mis dolores inconmensurables.
Creo en los teléfonos móviles sumergibles de última generación. Creo en los turistas, en su terror.
Creo en las poderosas drogas paliativas que suministraron al cuerpo agonizante de un hombre que se llamaba como yo la tarde del diecisiete de diciembre del año dos mil cinco en un hospital del norte de España.
Creo que he amado demasiado y demasiadas veces no he sido correspondido. Creo en Dios, en un Dios distinto al vuestro, no infinitamente mejor sino infinitamente distinto al vuestro, sarracenos.
Creo que estoy vivo en tanto en cuanto creo y escribo que creo.
Creo que yo no recibí una educación exquisita como sí la recibió la escritora Irène Némirovsky, que nació en Kiev y murió en Auschwitz.
Creo en el dorado hígado de Jesucristo, en su elevación, en su lujuria, en su idolatrada y veloz ascensión a los reinos de la nada.
Creo que yo no pasé noches enteras en los duros asientos de tercera clase de los trenes franceses de mil novecientos cuarenta y uno como sí las pasó Irène Némirovsky.
Creo que la tierra jamás, absolutamente jamás, fue redonda.
Creo que no existe la raza de los hombres.
Creo en los delfines, en los caballos y en los rinocerontes.
Creo que sí existe el Mal. Creo en la infelicidad del Universo.
Creo en Anna Karenina, en su cuello devastado por las cuchillas de las zapatas de los frenos de los ferrocarriles rusos del imaginario siglo diecinueve, en las manos cortadas de Anna Karenina, saltando sobre la nieve, como pájaros rojos, sobre las vías atestadas de nieve indiferente al dolor y al amor.
Creo en Jay Gatsby, en la suave y blanda oscuridad de la bala americana que lo mató.
Creo en Berlín, en una triste canción que lleva ese nombre y cuya letra contiene, cifrada, la historia de mi existencia.
Creo que la luz es un milagro destinado a nuestra credulidad.
Creo en el viento de la tarde que acaecerá en esa tarde en que el mundo termine.
Creo que la muerte nunca creyó ni creerá en mí como sí cree en ti y en todos vosotros.
Creo que me he vuelto profundamente sabio, delicado y frenético.
Creo que estoy encima de una montaña de viento, tomando el venenoso sol.
Creo que nunca moriré.

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