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8 octubre 2012

Una estación que mira al Mediterráneo

Juan José Amores Liza Para dar salida a los trenes, el Jefe de Estación debía situarse al pie de la locomotora. Junto a él también se situaba el mozo y el guardagujas. A la hora fijada, el Jefe daba un toque con su silbato; el mozo hacía tintinear una campanilla de mano, respondiéndole el guardagujas con un cornetín. Cerraba esta improvisada sinfonía el maquinista del tren, accionando el pito de la locomotora.
Algún día, ojalá no muy lejano -toquemos madera-, la antigua Estación de Benalúa volverá a ser un concurrido centro social, un apeadero de llegada y salida de personas dispuestas a escribir su nombre en un peculiar libro de visitas abierto por primera vez el 11 de mayo de 1884. Ese día, por supuesto, ya no habrá trenes en sus andenes, ni taquilleros dispensando tickets con destino a Orihuela, ni briosos corceles portando unos no menos briosos carruajes en su entrada principal. Todos lo sabemos. Llegado el momento, el nombre de aquella estación que no pudo sobrevivir al poder abrasador del tiempo, se transformará en un genérico y obtuso "Casa del Mediterráneo", fastuoso proyecto iniciado por unos y, supuestamente, concluido por otros, del que apenas tenemos vagas nociones de sueños e intenciones, dimes y diretes. ¡Cosas de la política!
Pero hasta que esa mutación se haga efectiva, a aquellos que sólo nos interesa lo que en verdad ocurre y ocurrió en la "terreta", siempre nos quedará la bella historia de una terminal con nombre de barrio, brillantemente narrada por el también brillante arquitecto Don Rubén Bodewig Belmonte. Sus palabras, hermosas y dolorosas a partes iguales, sirvieron hace ya algunos años para rememorar un tiempo pretérito acompasado por el ulular del viento y el "cha-ca-chá" del tren.
¡Corran que el Jefe de Vías ya ha dado la señal!

Desde el lejano 1845, en que una compañía francesa solicitó la concesión de un gran trazado ferroviario litoral, fueron muchos los estudios y proyectos que mostraron su interés por erigir en Alicante una estación que sirviera de apoyo a la línea entre Andalucía y Francia, germen del actual "Corredor Mediterráneo" -¿a que pensaban que el "Corredor" era algo relativamente moderno?-. No obstante, no sería hasta el último tercio del siglo XIX "cuando el banquero alicantino Don Juan Bautista Lafora y el presidente de la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces, Marqués de Loring -ambos con avenidas rotuladas en su honor en nuestra fachada marítima-, se hicieron cargo del proyecto".
En sesión plenaria del día 10 de mayo de 1870 se aprobó la construcción del ramal entre Alicante y Murcia, que no sería inaugurado oficialmente hasta catorce años después, en 1884. Según se cuenta, "se inauguró antes incluso de levantar la Estación de Benalúa, puesto que había mucha demanda para instaurar aquel tren", y hasta que el ingeniero M. Alemandy proyectara el edificio "se utilizaron unas instalaciones provisionales y rudimentarias de madera en los jardines seleccionados para la ocasión". No fue la única anécdota de aquellos días, salpicada por el descarrilamiento del tren inaugural a la altura de Torrevieja, "en la llamada Curva de los Montesinos, y en el que quedaron abandonados durante horas al amparo de bandoleros y fugitivos, en un campo inhóspito y bajo un Sol de órdago, el Presidente del Consejo de Ministros, Don Antonio Cánovas del Castillo, y multitud de representantes políticos, militares y eclesiásticos", que se habían subido al convoy por aquello de "quien se mueve, no sale en la foto". ¡Qué lastimica, por Dios!
Obvia decir que aquella novicia estación representó todo un hito cultural y arquitectónico para nuestra ciudad, aunque su apariencia y planta resultaba más modesta y sencilla que la de la Estación MZA. "Era de aire romántico, con una arquitectura de pilastras, recercados y balaustradas (É) Al localizarse junto al mar, en un punto estratégico en el febril Puerto de Alicante, adquirió el mayor tráfico comercial de todo el Mediterráneo". Poco a poco, los trenes llegados a Benalúa se convirtieron en los protagonistas del progreso industrial. "Los ciudadanos vivían sin electricidad o servicios esenciales, y su único medio de transporte era el caballo (É) Con el ferrocarril llegó el futuro. La enorme máquina de hierro, ruidosa y humeante, nos impulsó al primer peldaño de la gran escalera de la modernidad".
Todo funcionó con normalidad hasta la llegada de la Guerra In-Civil. Aunque la Red Española no sufrió graves daños durante el conflicto -sí quedaron afectadas las industrias fabriles cercanas a los frentes-, "se agudizó en cambio una crisis económica que afectaba y mucho a las compañías ferroviarias (É) Por ello, se creó la Red Nacional de Ferrocarriles Españoles (RENFE), que heredó todas aquellas líneas". Ya en la década de los años 50, el constante y desmesurado crecimiento de la urbe se vio entorpecido por aquellas vías junto al Barranco de San Blas, "por lo que RENFE acometió su sustitución por un enlace exterior que se desviaba desde el apeadero de San Gabriel hasta la Estación de Madrid, por el extrarradio". Se acababa de firmar el acta notarial necrológica de la Estación de Benalúa.
Su falta de uso motivó que el último tren comercial saliera desde aquí en el año 1974, "justo 90 años después del accidentado trayecto inaugural (É) Posteriormente, y por un breve espacio de tiempo, la estación volvió a entrar en funcionamiento por las graves inundaciones que padeció Alicante en 1982 y que dejaron inutilizable la de RENFE".
Desde esa fecha y hasta el inicio del proyecto "Casa del Mediterráneo", el entorno quedó abandonado y deteriorado por Sirios y Troyanos: cristales rotos, daños en la fachada, desaparición de piezas arquitectónicas, incendiosÉ Tenemos muchos sueños con su futuro, pero también tenemos mucho miedo. ¡Cómo para no tenerlo en esta ciudad! Ojalá lo segundo nunca acabe con lo primero, pues Alicante necesita reactivar ese entorno para que brille con el esplendor de antaño y con las grandes posibilidades de sus nuevos y actualizados usos.
Nos lo merecemos de una vez, ¿no creen?