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11 febrero 2019

Extremadura

El tren del terrateniente

Avenida en la estación de Arroyo-Malpartida. :: Juan Díaz Bernardo/
Avenida en la estación de Arroyo-Malpartida. :: Juan Díaz Bernardo

El ferrocarril de la Raya se trazó pensando en el ganado y en los minerales, no en los viajeros de los pueblos

J. R. ALONSO DE LA TORRE Jueves, 7 febrero 2019, 08:25

A la estación de ferrocarril de Aldea del Cano se llegaba en carro o en burro. Mi suegra iba a veces para coger el tren a Cáceres porque, en aquel tiempo, los autobuses de línea, cuando llegaban a Aldea, venían hasta los topes de viajeros que habían montado en Cáceres al ir o en Montánchez, Alcuéscar o Casas de Don Antonio al regresar.

Donde digo hasta los topes, debería decir hasta la baca porque allí, en la baca, se acomodaban también viajeros que no cabían dentro del autocar. En alguna ocasión he contado cómo en un viaje de Cáceres a Alcuéscar colocaron un ataúd en la baca, empezó a llover y uno de los viajeros se metió dentro para no mojarse. En Aldea y las Casas montaron nuevos pasajeros y cuando, a unos kilómetros de Alcuéscar, se levantó la tapa del ataúd y el 'resucitado' preguntó: «¿Hemos llegado?», los de Aldea y las Casas saltaron despavoridos del autobús en marcha. Mi suegra, poco amiga de sustos con resucitado incluido, prefería el tren al bus.

¿Por qué razón se levantó la estación de Aldea del Cano a una decena de kilómetros del pueblo? Es más: ¿por qué se trazó la línea férrea entre Cáceres y Mérida alejando las vías de los pueblos, excepto en el caso de Carmonita? Basta acercarse a la estación de Aldea del Cano y contemplar los palacios y las fincas de los alrededores para entender que el ferrocarril extremeño se trazó en el siglo XIX atendiendo no a los viajeros de los pueblos, sino a las necesidades de los terratenientes.

Las estaciones de Castelo de Vide, Aldea del Cano o Herreruela baten récord de alejamiento de los pueblos que les dan nombre

Suena demagógico, desde luego, pero la línea de Valencia de Alcántara y la de Mérida pasan junto a las casas de las macrofincas y lejos de los pueblos. ¿Tan difícil era un trazado que pasara al lado de Aldea del Cano, a medio camino entre Albalá y Casas de don Antonio, por Alcuéscar, por Carmonita, por Aljucén pueblo y por Mirandilla?

Si vamos a Valencia de Alcántara, más de lo mismo. Se deja lejos Malpartida, la estación de Herreruela está a kilómetros del pueblo, pero al lado de las fincas, la estación de San Vicente y de Valencia de Alcántara también exigían un buen paseo y al entrar en Portugal, aquello era el despiporre con la estación de Marvão alejada de San Antonio de las Arenas, núcleo principal del municipio, la de Castelo de Vide perdida en el campo y hasta la de Portalegre, capital del distrito, ubicada de tal manera que era necesario un viajecito para llegar hasta ella.

Al trazar las líneas ferroviarias del oeste, parece que los directivos de las compañías pensaron que en esta zona de España no importaban los viajeros, sino las mercancías, ya fueran minerales, ya fuera ganado. Lo de Plasencia es alucinante y sigue siéndolo: ¿cuándo demonios entenderá alguien en Renfe que el tren debe ir directamente de Madrid a Plasencia y de ahí a Cáceres?

La Ruta de la Plata ferroviaria se cerró porque no era rentable. Pero hombre, cómo iba a ser rentable con la estación de Casar de Cáceres a varios kilómetros del pueblo; la de Baños, en lo alto, la de Guijuelo, perdida; la de La Maya, sin sentido; la de Alba de Tormes, la de Cebrones, la de Santovenia... A cada cual más alejada en la llanura. Hacia Sevilla y Huelva, más de lo mismo: Pedroso, Cazalla, Milanos, Cobujón.

Pero esto no sucede en el resto de España. En Galicia, la mayoría de las estaciones están en el centro de los pueblos. Este verano fui a Sigüenza y las estaciones quedaban donde la gente, no donde las fincas, las ovejas, los minerales ni el palacio de Moret (la vía Madrid-Badajoz no pasó ni pasa por la importante población de Almadén porque da un rodeo para prestar servicio al palacio del ilustre Segismundo Moret).

Solo si tenías que escoger entre viajar en la baca con los ataúdes o ir en burro hasta la estación, preferías el tren. Y así es lógico que el ferrocarril extremeño sea una desgracia. La foto de Juan Díaz Bernardo de una avenida en la estación de Arroyo-Malpartida resume cómo se concibió el ferrocarril extremeño hace 150 años: pensando en el campo, no en las personas.